Qué fácil le parece a uno escribir un libro como Las leyes de la frontera. No puede ser complicado. Te informas un poco, aderezas esa documentación con parte de tus recuerdos personales, convenientemente distorsionados como para que nadie se sienta mal aludido, cambias nombres o circunstancias banales a personajes, a veces combinas trazos de uno con características de otro. Pillas de aquí y de allá, si hablas de una época concreta lees libros de esa época, recorres bibliotecas y hemerotecas, editas, empleas tu estilo, estructuras, montas una trama que actúe de argamasa unificadora. Ya está.Bueno: eso parece.Ahora, cómo haces que un estilo teóricamente llano y directo no llegue a cansar, cómo para que los diálogos se limiten a lo que aporta algo sustancial al libro, cómo para que los personajes se revelen en infinidad de matices con apenas unas apariciones y unos hechos, aunque esos sean, sí, los que definen y determinan a las personas. Cómo haces, entonces, para que las páginas, más de 380, vuelen, para que cierto suspense se mantenga, aún escribiendo a base de entrevistas narrando hechos de 30 años atrás. Cómo haces, entonces, para que algo que parece tan superado como las historias de quinquis, aquellas que llenaron películas de De la Loma, aquellas de las que siempre se decía que los protagonistas eran reales (eran entonces precursoras de The Wire?), aquellos mitos urbanos quemarcaron no a fuego, sino a punta de navaja, los últimos 70 y los primeros 80, acaben protagonizando una novela tan evocadora?.Quizás llamándote Javier Cercas. No voy a intentar profundizar mucho más.Las leyes de la frontera es una historia de oportunidades, de traiciones y amistades, de engaños constatados y de engaños supuestos. Una historia de regusto clásico, una especie de extraño triángulo amoroso aderezado con una trama casi aventurera (al principio, luego se volverá más trágica) de delincuencia juvenil. Los que habitábamos las grandes ciudades recordamos aquella época, aquellos barrios y aquellas calles que convenía no cruzar, ni tan siquiera acercarse. Aquellas pandillas en las puertas de los bares y en las entradas de las salas de billares y futbolines, aquel miedo al doblar la esquina, aquellas miradas atrás. El Gafitas, la Tere, y el Zarco son ya personajes, reminiscentes en mayor o menor medida de personajes reales, que formarán parte del imaginario de Cercas, como lo era el ambiguo narrador de sus dos novelas anteriores, y aunque aquí el escritor no juegue tan abiertamente al equívoco sobre su situación respecto al libro y a la realidad. Obviamente cualquiera que haya vivido en Girona en esa época debe leer esta novela y, casi obligatoriamente, darse una vuelta para ver qué fue de todos los lugares que se describen en él. Cualquiera que lea esta historia y se pasee por allí correrá a vivir las sensaciones atravesando las calles y las fronteras de las que se habla. Y la prisión y el nuevo parque. Cercas podrá, o no, escribir libros que vendan a porrillo y sean presas de esa etiqueta que a tantos nos pone a la defensiva. Pero su formidable capacidad de contar y evocar no puede quedarse ahí. Brillante novela de un escritor que empieza a generar un auténtico mito. No creo que la película tarde demasiado.