Paola de Bélgica, la historia de una de las Princesas europeas más bellas de su época
Paola Ruffo di Calabria (11 de septiembre de 1937, Forte dei Marmi, Italia) fue icono de belleza y elegancia como en su momento lo fueron Grace y Carolina de Mónaco y ahora lo son la Duquesa de Cambridge, Mary de Dinamarca, Carlota Casiraghi o Magdalena de Suecia. Fue la Princesa guapa de su época. Dotada de encanto irresistible, comenzó a escribir su propia leyenda tras su matrimonio con Alberto de Bélgica (2 de julio de 1959) con el que tuvo tres hijos: el príncipe Felipe, nacido el 15 de abril de 1960, la princesa Astrid, nacida el 5 de junio de 1962, y el príncipe Laurent, nacido el 19 de octubre de 1963. Su poder de seducción la erigió en reina de portadas y su efecto Hamelín en modelo de miles de mujeres que siguieron a rajatabla las tendencias que ella marcaba. Ahora que Alberto de Bélgica ha anunciado que abdicará el 20 de julio en su hijo mayor y Heredero al trono, el príncipe Felipe, nos resistimos a pasar esta página de la Historia belga sin antes recordar los años dorados del reinado de glamour de la bella Paola.
La formación de un futuro Rey del siglo XXI para una vida de entrega al reino… en compañía. Se le resistió, pero Felipe, que en la imagen es aún un tierno retoño, encontró el amor en Matilde d'Udekem d'Acoz, que tendrá la extraña distinción de ser la primera Reina belga, nacida en Bélgica. Con ella ha formado su propia familia
Han transcurrido cincuenta y tres años desde que una salva de cañones anunciara el nacimiento del primogénito de Alberto II y Paola de Bélgica. El príncipe Felipe de Bélgica y duque de Brabante nació el 15 de abril de 1960 en Bruselas y creció rodeado de sus padres y sus dos hermanos, Astrid y Laurent, y muy protegido por sus tíos, los reyes Balduino y Fabiola
Soplando las velas con su pequeño Felipe y a la derecha, bailando con su marido. La reina Paola destilaba encanto en todas las situaciones, tanto si eran citas públicas como si eran ocaisones de su vida más privada
La reina en una tierna imagen con su hija Astrid, que nació el 5 de junio de 1962, sólo dos años después que el príncipe Felipe. El príncipe Alberto juró como Rey ante las Cámaras de Representantes reunidas el 9 de agosto de 1993, tras el fallecimiento de su hermano, el rey Balduino
La Reina ha sido siempre una gran defensora del patrimonio cultural belga, así como una impulsora del arte contemporáneo en Bélgica, orgazando exhibiciones de arte de vanguardia en el Palacio de Bruselas. Dotada de encanto irresistible, comenzó a escribir su propia leyenda tras su matrimonio con Alberto de Bélgica, el 2 de julio de 1959
La Constitución belga no contempla que la Reina, en su calidad de consorte, desempeñe actividades oficiales. Sin embargo ella ha desarrollado a lo largo de los años un importante papel en la vida pública belga. Siempre ha apoyado al Rey en sus funciones como Jefe de Estado, acompañándolo en las visitas oficiales o los viajes de estado
En la imagen, dos de las princesas más bellas de la realeza, Grace de Mónaco y Paola de Bélgica, que en su tiempo coincidieron en algunas ocasiones y que tenían un estilo parecido. Las dos acaparaban todos los flashes y no era para menos
Es la menor de los siete hijos del príncipe Fulco Ruffo di Calabria, héroe de la aviación italiana durante la Primera Guerra Mundial, y de la condesa Luisa Gazelli. Su abuela por parte paterna fue la belga Laure Mosselman du Chenoy
PERFIL PAOLA Y ALBERTO
La pareja irreal de Bélgica El fue un «playboy», amante de la buena vida - Ella escandalizaba al Vaticano - El cantante Adamo le dedicó una canción Los reyes belgas han exhibido su unión durante su visita a España
JAIME PEÑAFIEL Durante esta semana, una pareja de tímidos reyes irreales se ha paseado por España en visita oficial. Tímidos, porque se trataba del primer viaje que, como soberanos, Paola y Alberto realizaban al extranjero. Concretamente, al país de Fabiola, la reina antecesora, al país donde el 31 de agosto de 1993, un rey, Balduino, en bañador, moría plácidamente tumbado en una hamaca frente al mar Mediterráneo.
Irreales porque, hasta ese trágico día, ni un solo habitante de Bélgica, ni de fuera del país, pensó nunca, jamás, que el protagonista de ese tradicional ¡Viva el rey! que sigue a ¡El rey ha muerto! podía ser el príncipe Alberto de Lieja, el hermano, un día frívolo, de Balduino.
Toda Bélgica, tanto flamencos como valones, sabían que su nombre había sido borrado desde 1970 del corazón del soberano, que no aceptó nunca ni la vida disoluta de su hermano -más parecido a su tío Carlos, el Jimmy belga, que poseía un apartamento en el centro de Bruselas para sus aventuras amorosas- ni la de su cuñada, la bellísima Paola, protagonistas ambos del mayor escándalo de las cortes europeas de la época que, comparado con las aventuras de las cortes británica, monegasca y otras de hoy día, pueden resultar meras travesuras sentimentales. Aunque se trataba de infidelidades y mutuos adulterios.
De sorpresa absoluta, desagradable sorpresa se diría, fue la reacción de los belgas al conocer, tras la repentina muerte del rey, el nombre de su heredero.
Cuando aún no se habían repuesto de la repentina muerte de Balduino, se anunciaba que el nuevo rey de Bélgica no era el príncipe Felipe, a quien su tío en tantas ocasiones había dado muestras de tenerle «in pectore», sino su padre, en otros tiempos denostado príncipe Alberto, quien al saber que el rey no había dejado formalizado el tema de la sucesión, hacía valer sus derechos constitucionales.
También de absoluta sorpresa fue la reacción de los atónitos radioyentes belgas cuando un domingo de abril de 1959 las emisoras de radio, que transmitían un programa de música ligera, interrumpieron la emisión y los locutores dieron lectura a un comunicado oficial del Gran Mariscal de la Corte. Los radioyentes, intrigados, suspendieron sus conversaciones. Y todo el país escuchó la gran noticia:
«Sus Majestades el rey Balduino y el rey Leopoldo tienen la alegría de comunicar a toda la nación el compromiso oficial de su Alteza Real el príncipe Alberto, príncipe de Bélgica, príncipe de Lieja, con doña Paola Ruffo di Calabria...».
Para muchos belgas, la sorpresa fue desagradable porque habrían preferido que se hubiese anunciado el compromiso del rey Balduino, ya que la entonces soledad del monarca llenaba de inquietud tanto a valones como a flamencos. Pero, bueno, al menos uno de los dos hijos del rey Leopoldo había decidido abandonar, decir en el caso de Alberto el celibato, es mucho decir. Célibe como un cartujo, sólo lo estaba Balduino, recluido en Laeken como un monje, con sus misas, sus rezos y sus tristezas.
Respecto al príncipe de Lieja, lo único que los belgas esperaban de él es que con esa muchacha venida del sur y del sol, recondujera su disoluta sexualidad de «playboy», amante de la buena vida, de los coches de lujo y de las chicas bonitas.
Un «playboy», ya sea rey, príncipe o plebeyo, siempre lo es independientemente del escenario donde se encuentre. El siempre está ojo avizor. Ya sea en una recepción palaciega o en una función religiosa. Aunque ésta tenga lugar en la propia Basílica de San Pedro.
Allí se encontraba el príncipe Alberto, en noviembre de 1958, representando a su hermano el rey, en la coronación del cardenal Roncalli como Papa Juan XXIII cuando, aburrido por la larga duración de la liturgia, distinguió una bellísima jovencita en el recinto destinado a la nobleza italiana.
A veces, los ayudantes de reyes y príncipes, si no son como el general Sabino, se ven obligados a ejercer funciones celestinescas. Como tal, el príncipe pide a su ayudante que le identifique aquella joven que tanto le distraía, impidiéndole concentrarse en la ceremonia religiosa. El ayudante así lo hace. También le pide que invite a aquella joven tan bellísima a la recepción que la embajada va a ofrecer en honor del príncipe.
Cuando Paola llega a la legación diplomática, el príncipe Alberto se olvida de todos los presentes, ministros del gobierno, diplomáticos y nobleza romana. Y se dedica por entero a Paola.
Aquella noche, cuando la joven regresa a su casa, lo hace entusiasmada. No deja de hablar del príncipe Alberto. Cuando éste regresa a Bélgica no hace otra cosa que hablar de la bella italiana.
La familia real llega a la conclusión de que en Italia se ha producido el clásico flechazo romano.
Luego vendría aquel beso público en el aeropuerto con la llegada de Paola el 5 de junio de 1959, beso que rompió el protocolo e hizo exclamar a los belgas: «Es como si nos hubiese besado a todos». También la boda, el 2 de julio, a la que este periodista asiste como enviado especial. Todo hacía presagiar que se trataba de una hermosa historia de amor.
¿Cuándo se rompió la magia de aquel matrimonio? ¿Cuándo comenzó el drama? Eso no se sabe. Lo único que se conoce es que, a los cuatro años, los dulces ojos claros de la bella italiana perdieron su brillo para adquirir esa apagada melancolía que toda la corte respiraba por los cuatro costados. Esa corte que había quedado paralizada en el tiempo.
Era un convento lleno de hombres vestidos de gris, regido por un protocolo envarado y apoyado en una religiosidad excesiva. La aparición de Fabiola, al año de la boda, no mejoraría las cosas para la dulce Paola. La española parecía hecha expresamente para aquel marco. Paola era el reverso de la medalla.
Y Paola, una princesa atípica, decide ponerse el mundo y a la corte por montera. Bailes en clubes nocturnos de Bruselas, minifaldas que escandalizan al Vaticano y amistades peligrosas. Como la de Adamo -«Paola, dulce Paola,
en el fondo del corazón conservo,
al igual que una bella flor,
el recuerdo de tu dulzura»-. (Letra del disco Paola).
O como la del conde francés Albert Adrien de Mun, de estado civil casado.
Los escándalos de ella, pero también de él, llegaron a unos límites tales que se hizo necesaria la intervención de Balduino y Fabiola.
Como primera providencia, Paola se encerró o fue obligada a encerrarse, en el ala derecha del palacio de Belvedere. Alberto, en el ala izquierda.
Y de nuevo, el rostro dulce, y más triste que nunca, volvió a aparecer en los actos oficiales donde su rango la reclamaba.
La ayuda de Fabiola fue decisiva para Paola en estos momentos. Como para los belgas fue determinante aceptarla como reina cuando el lunes, 9 de septiembre de 1993, Paola y Alberto se asoman al balcón del Palacio Real en compañía de Fabiola que, a modo de alternativa, bendice, en nombre de la memoria de su esposo, a esta pareja de reyes irreales.
Y de nuevo, al cabo de treinta y cuatro años, otro beso de Paola a Alberto, como aquel lejano de 1959, lo recibe también la multitud que, agolpada ante el palacio, grita: «¡Viva el rey, viva la reina!». Hoy, Paola lleva camino de convertirse, si no lo es ya, en otra Fabiola. ¡Quién lo diría!.
La verdadera familia real belga
por: Mari Rodríguez Ichaso
Fuente: Vanidades
Entre los ‘affairs’ extramatrimoniales de los reyes Paola y Alberto en el pasado, y el reciente escándalo de corrupción del príncipe Laurent, emerge la figura del príncipe Felipe, como una esperanza para el amenazado futuro de esta monarquía
¿Se están ‘deteriorando’ las familias reales de Europa? Con cada escándalo que ocurre se vienen abajo reputaciones y tradiciones que han existido por miles de años, alimentando nuestra imaginación y curiosidad por los royals. Y ahora hasta la siempre muy aburrida familia real de Bélgica domina las primeras planas de la prensa con el escándalo de ver al príncipe Laurent acusado de corrupción y enriquecimiento ilegal, declarando ante los juzgados sin inmunidad legal alguna. Y el haber sido incluso veladamente acusado por su padre, el rey Alberto, en su discurso de Navidad al pueblo belga, porque aunque no mencionó el caso del príncipe Laurent —quien ha sido implicado como presunto cómplice por un oficial acusado de desviar 2,8 millones de dólares de la Marina— habló claramente de que ‘nadie está por encima de la ley’. Además, firmó la orden real que permitió que su hijo menor declarase ante un juez, como cualquier otro ciudadano belga, sin privilegio alguno. ¡Qué rollo tan grande se ha formado! Pero es que el príncipe Laurent tiene un historial de amar demasiado el dinero y las comodidades, y hace dos años incluso quiso vender a una revista la exclusiva del nacimiento de sus hijos gemelos, lo que fue muy criticado por el pueblo de Bélgica.
El Príncipe, aunque formalmente no está acusado de nada y ha comparecido en el juicio en calidad de testigo, ha sido protagonista de un feo lío, en el que ha sido acusado hasta su consejero personal, y como se trata de ‘enriquecimiento ilícito’, tendrá que devolver al menos los 225 mil dólares que fueron invertidos en la decoración de su casa ¡los que procedían del presupuesto oficial de la Marina Real! El Príncipe dijo ‘que sabía que era la Marina la que pagaba las cuentas del decorador, aunque creía que todo era legal’. Y es que los royals belgas llevan unos años de escándalos que deben tener a la muy devotareina madre Fabiola haciendo novenas y encendiendo velas.
Paola y Alberto
Los escándalos de los belgas comenzaron con los entonces príncipes herederos Paola y Alberto en los años 60. El primero ocurrió cuando Alberto, el hermano menor del rey Balduino —quien reinó por décadas junto a la española Fabiola de Mora y Aragón— tuvo una hija natural con la aristócrata belgabaronesa Sybille de Selys Longchamps, y el propio Alberto admitió en 1999 que Delphine Boël, una escultora muy avant garde que vive en Londres —la que hoy en día tiene 39 años y lleva el apellido del esposo de su madre, el industrialista René Boël— es su hija natural. Pocos años después de aquel affairde su marido, el que se mantuvo secreto por tres décadas, su esposa, la bella princesa italiana Paola Ruffo di Calabria fue descubierta por un paparazzo, quien la retrató paseando por una playa y disfrutando unos días en Italia con un hombre que identificaron como ‘su amante’. Aquello salió publicado en todo el mundo y puso en peligro el matrimonio de la Princesa con Alberto, y aunque al final siguieron juntos, le dio una terrible reputación a Paola y horrorizó a los muy católicos reyes Balduino y Fabiola, que no podían creer lo que la joven Princesa había hecho. Ahora muchos dicen que Paola engañó a su marido para vengarse de él, porque era un casanova. Lo que nadie sabía es que a Alberto siempre se le han estado ‘tapando’ sus aventuras, especialmente con prostitutas. Estas a veces lo metían en grandes líos, como le ocurrió en la ciudad de Ostende hace más de 30 años (cuando dio un gran escándalo en un hotel, lo que incluso salió en la prensa) y después en Cannes en 1998, donde una call-girl a quien le había regalado joyas de Cartier, le robó su billetera y el talonario de cheques mientras dormía. ¡Otro gran escándalo que fue convenientemente ‘tapado’ y del que pocos se enteraron!
Otro rumor terrible que existe es que el príncipe Laurent no es realmente hijo del rey Alberto, sino de Paola con uno de sus amantes. Y aunque es algo que no se reconoce, ni se menciona oficialmente, el propio Príncipe en 1998 hizo declaraciones muy sorprendentes sobre ello: ‘Ya sé que dicen que soy ‘un bastardo’. Que no soy hijo de mi padre. Bueno, de cualquier forma, cuando me concibieron, ¡yo no estaba presente! Así que no puedo decir, y nunca he dicho, que no fuese hijo del Rey. Que la gente crea lo que quiera creer’.
A pesar de estos problemas en la Familia Real, desde que ascendieron al trono a la muerte de Balduino en 1993 —cuando Fabiola fue convertida en Reina Madre y al poco tiempo sus cuñados, los nuevos Reyes, la sacaron del palacio real donde había vivido por más de 30 años y la ‘exiliaron’ a un viejo palacio belga en contra de su voluntad— tanto Paola, que ya tiene 70 años, como Alberto, de 73, quienes llevan 48 años de casados, parecen ser la imagen de la felicidad conyugal más perfecta. .