Le basta oír “es hora de dormir” para irse a la cama. Ya ni siquiera recurre a la zalamería con la que conseguía alargar sus juegos. Nada es como antes, ahora todo sabe a limón. Como cada noche, mira ensimismado la cara de su madre congelada en el papel mientras el eco “tenemos que ser fuertes” retumba persistente en sus oídos. Cuando el padre entra por sorpresa en la habitación lo encuentra aún despierto:¿no tienes sueño?El niño, imitando los gestos de él, se traga el sollozo mudo y niega con la cabeza. El padre se acerca para arroparlo y repara en lo que semioculta bajo las sábanas. Las miradas nubladas se cruzan. El silencio se ensancha. ¿Te ha vuelto a entrar polvo en los ojos, papá?, logra balbucear al fin. Sí, miente.
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Esta es mi pequeña colaboración en el nº 38 de la revista "Narrativas" (Pág. 86). Desde aquí hago llegar mi agradecimiento.