Benedicto XVI ha hecho renacer el debate sobre el nacimiento de la libertad de conciencia al afirmar que “Gracias al cristianismo Europa ha sabido afirmar la autonomía de los campos espiritual y temporal, y abrirse al principio de la libertad de conciencia”.
La Asociación de Teólogos Juan XXIII lo desmiente, y recuerda que el Papa que les da nombre dijo que la libertad no la habían propiciado los religiosos, “ni siquiera el derecho natural cristiano”, sino “el Estado moderno, los juristas y el derecho racional mundano, en una palabra, al mundo laico” (discurso en el Concilio Vaticano II, 23 de mayo 1963).
Pero siendo Juan XXIII y Benedicto XVI católicos, tienden a identificar su rama del cristianismo con el conjunto, olvidando que la libertad de conciencia la inicia Martin Lutero con la Reforma en 1517 al romper la uniformidad dogmática que imponía la Iglesia, y proclamar la libertad interpretativa de la Biblia.
Ahí comienza la revolución, porque si el libro sagrado podía leerse en el sentido que uno deseara, ni siquiera las ideas de Lutero eran artículo de fe, y mucho menos cualquier derivación ideológica.
La carencia de esta libertad es la razón del inmovilismo del islam, aferrado a la literalidad del Corán y los Hadizes.
El libre debate religioso puso en cuestión toda organización social. Dios ya no gobernaba a través de reyes o iglesias, y así, en 1695, y bajo inspiración del filósofo, médico y teólogo anglicano John Locke, padre del liberalismo, Inglaterra consagró la libertad de Prensa.
Locke propició también la Declaración de Derechos Británicos, origen de todas las de Derechos Humanos posteriores y, como consecuencia, de las libertades del racionalismo naciente.
Un racionalismo contagioso: la Enciclopedia, la Ilustración, y las revoluciones burguesas y laicas a las que aludía Juan XXIII.
Benedicto XVI tiene razón, y Juan XXIII no. Las libertades nacen del cristianismo, pero no del catolicismo, sino del protestantismo: Palabra de Historia.
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La página ultraizquierdista Rebelión sintetizó hace mucho tiempo, y sin preverla, la enmienda constitucional.