Segunda parte del artículo «Ciudad global versus ciudad local» escrito por José Fariña Tojo para el número 57 de la revista Papers «Discursos emergentes para un nuevo urbanismo» publicado en 2014 por el Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona.
Podéis consultar la primera parte del escrito, donde trata temas como los límites del planeta, la nueva cultura local o introduce materiales para el cambio, haciendo clic aquí.
Recuperar la proximidad cultural y ecológica
La esencia de la ciudad está condensada en los espacios públicos. A lo largo de la historia urbana el espacio público ha asumido diversas funciones que han marcado su funcionamiento. Probablemente la más importante sea la de posibilitar que las distintas personas que forman la sociedad urbana se relacionen directamente entre sí siguiendo determinadas reglas y convenciones que posibiliten su convivencia pacífica. Esta es la función principal del espacio público: educar en la urbanidad[1]. A pesar de ser esta su misión más importante cumple, o ha cumplido, muchas otras. Es lugar de confrontación, de fiesta, de manifestación, de creación de identidad, de tránsito y también de equipamiento. Incluso puede funcionar como infraestructura verde.
Es posible establecer, como visión general, que el espacio público hoy mantiene sus atributos esenciales de ser lugar de tránsito de peatones y de expresión de la comunidad. Sin embargo en su función de ser el principal espacio de intercambio y encuentro con el otro se ha visto fuertemente afectado, tanto en la cantidad de reuniones que posibilita como en el tipo de encuentros que favorece. En este aspecto se puede afirmar que el espacio cívico en el momento actual encuentra sustitutos privados. Lugares sociales en los que directamente se debe pagar para acceder, o espacios de uso restringido como es el caso de los patios del interior de los edificios de vivienda[2]. Se evidencia que en el centro de la ciudad las plazas mantienen una gran diversidad de usuarios, diversidad expresada en las edades y procedencias de los visitantes, pero principalmente en la gran cantidad de prácticas que realizan en los espacios públicos mientras que en los más domésticos estas funciones se pierden.
Quizá se mantenga, en algunos casos, su función de equipamiento pero cada vez menos y en zonas donde no es posible una alternativa privada. De lo que no hay duda es de que la situación es penosa en su consideración como infraestructura verde. Excepto alguna ciudad puntual (como Vitoria-Gastéiz o, en parte, Santiago) la mayor parte de las ciudades no consideran para nada el dimensionamiento de las zonas libres públicas atendiendo a necesidades infraestructurales tales como: sumidero temporal de CO2, fijación de las partículas de contaminación aérea, permeabilidad del suelo para aumentar su capacidad de absorción de las puntas de tormenta y la evapotranspiración potencial, y muchas otras[3].
Sin embargo habría que diferenciar dos tipos de espacios públicos, porque cuando nos referimos al espacio público parece que todo fuera igual. Y no. Hay espacios públicos que cumplen, básicamente, funciones representativas. La confrontación, la fiesta, se producen, sobre todo en estos espacios. Y lo cierto es que, lejos de perder importancia y funciones se mantienen vigorosos y fuertes. El problema, básicamente, se produce en otro tipo de espacios, los que podríamos llamar domésticos o de proximidad. En ellos la función de socialización (interacción con los desiguales) ha desaparecido prácticamente y como no tienen función de representación quedan sólo para el tránsito y, en casos puntuales, como equipamiento[4].
Pero me gustaría centrarme sobre una función del espacio público que sólo he mencionado de pasada: el hecho de que el espacio público ha sido la referencia para la creación de grupos y redes sociales permanentes. Como diría Halbwachs[5] el marco de referencia espacial es básico para la permanencia de los grupos. Y los grupos son las células básicas de la diversidad cultural. Pues bien, mi tesis es que el espacio público ha dejado de ser el marco espacial para la creación de estos grupos siendo sustituido por otros marcos, normalmente privados. Los equipamientos en las urbanizaciones, las áreas ajardinadas o de juegos en el interior de las manzanas con acceso sólo posible para los propietarios, incluso los centros comerciales o los clubs privados, son los lugares en los que en estos momentos se refugian estos grupos que han dejado de tener referencias espaciales públicas para tenerlas privadas.
Esto no tendría excesivo interés sino fuera porque estas referencias espaciales privadas están ligadas a determinados niveles de renta o grupos sociales. Siempre ha pasado. Los ghettos de marginalidad siempre han estado separados de las áreas gentrificadas. Pero justamente los espacios públicos eran los lugares donde se producía esta interacción entre ecosistemas sociales diferentes. Eran los ecotonos urbanos, para emplear una terminología ecológica. Esos lugares frontera, no sólo funcionaban como lugares de educación para la urbanidad, sino como áreas de intercambio y creación de grupos mixtos, menos monolíticos. El cómo se ha llegado a esta situación, sus implicaciones y alternativas, nos llevaría unas cuantas horas. Hoy sólo quería dejar aquí reflejado este hecho que tiene que ver directamente con la aparición de tipologías urbanas nuevas que dan respuesta a una necesidad de defensa por parte de algunos grupos sociales. El espacio público tradicional dotaba de una educación a todos los ciudadanos que les permitía relacionarse con el otro «si quería». Precisamente la esencia de la libertad que daba la ciudad era la posibilidad de relacionarse con el otro, con el que no era como uno. Pero «de no hacerlo» sin que pasara nada. Esto significaba la posibilidad de creación de grupos frontera en marcos espaciales concretos.
Probablemente el cambio de todas estas tendencias pueda empezar a partir de algo inesperado: las redes sociales virtuales. En estos momentos Internet está creando una superestructura cultural muy parecida al color gris resultante de la mezcla de colores de las diferentes culturas. Es decir, una cultura que, cada vez más, tiende a ser un magma confuso con destellos momentáneos que se apagan casi en el mismo momento que se iluminan. En este magma en el que nadie se cree nada porque lo único válido es el número de visitas y donde las relaciones son tan efímeras como las que se producen en las aglomeraciones, se están empezando a mover cosas. Resulta que se están empezando a crear subredes, en principio temáticas, pero que todas ellas tienen una base común: la proximidad física. Trabajo compartido, coche compartido, agrupaciones de consumo, culturales, encuentros (quedadas) en grupos. Algunos pensamos que son el germen que va a posibilitar el paso siguiente: la creación de grupos, de relaciones, con base espacial. Lo único que les falta a estas redes virtuales para convertirse en grupos sociales es, únicamente, la referencia, el marco, espacial. El paso está a punto de darse. Algunos investigadores están empezando a estudiar cómo el Internet global se está empezando a convertir en local para determinadas cosas. Y de cómo este Internet local o de proximidad ya está empezando a buscar espacios físicos, marcos concretos de referencia que permitan pasar de las redes virtuales a las redes reales. Los urbanistas tenemos que empezar a estar preparados para esto que viene. Necesitamos ofrecer espacios públicos que sirvan de marco físico para estas nuevas redes que van a pasar de lo digital a lo personal. De lo contrario se irán a los espacios privados. Y esto si que puede ser una catástrofe porque necesitamos zonas, áreas concretas de frontera, de interacción entre desiguales y en lugar de dificultar su creación con tipologías arquitectónicas y urbanas defensivas deberíamos intentar facilitarlo.
Los instrumentos de planeamiento
La primera ley higienista fue la ley de 9 de Agosto de 1844 para Londres y sus contornos. En esta ley se definían los requisitos higiénicos mínimos para las casas de arrendamiento y prohibía destinar a vivienda los locales subterráneos. Era una ley local, pero ese mismo año se empieza a estudiar en el Parlamento británico una ley general y, tras no pocas polémicas acalladas por las sucesivas epidemias de cólera, el 31 de agosto de 1848 se aprueba la primera ley higienista nacional. Para Benevolo[6] es el comienzo del urbanismo moderno y 1848 se convierte en un año clave en la evolución de nuestras ciudades. A partir de entonces, como una riada incontenible se van introduciendo una serie de leyes que posibilitan el control del derecho de propiedad del suelo en beneficio de la colectividad y, ley tras ley, el liberalismo va retrocediendo en el ámbito de la urbanización. En el momento actual se puede decir que contamos con los instrumentos, técnicas y procedimientos, necesarios para que nuestras ciudades sean higiénicas y saludables. Otra cuestión es que se apliquen correctamente, se establezcan prioridades diferentes (como la creación de empleo o riqueza), o se haga utilización fraudulenta de los mismos.
Estas técnicas e instrumentos reunidos en lo que, generalmente, se conoce con el nombre de plan de urbanismo, han marcado durante el pasado siglo XX el cambio hacia la superación de las deficiencias más graves de la ciudad creada por la Revolución Industrial. Es difícil no admitir los beneficios de toda índole que los planes de urbanismo han traído a nuestras sociedades, y aquellos que piensen que las ciudades actuales serían mejores sin el planeamiento tan sólo les recomiendo que lean detenidamente algunas descripciones del estado de las ciudades en aquellos momentos como la que hizo Engels sobre Manchester. Sin embargo, en pocos años, las ciudades han sufrido otro cambio realmente espectacular debido a la serie de factores que hemos analizado anteriormente de forma que un crecimiento que era básicamente centrípeto se ha convertido en centrífugo, desparramando sobre la totalidad del territorio sus urbanizaciones, sus fábricas, sus vertederos, sus oficinas, sus centros comerciales y ampliando su radio de acción a todo el planeta, diluyendo los grupos y las culturas locales y creando una supercultura universal que tiende a eliminar todas la demás.
De forma que el modelo de ciudad higiénica dominante durante muchos años empieza a estar caduco. Pero no porque ahora tengamos que hacer ciudades antihigiénicas. De misma manera que la ciudad higiénica englobaba en sus presupuestos los de las ciudades anteriores (ciudades sagradas, ciudades artísticas, ciudades de los ciudadanos) este nuevo modelo de ciudad tendrá que englobar en su seno también a la ciudad higiénica, a la artística, a la sagrada, a la de los ciudadanos[7]. Este nuevo modelo de ciudad (que muchos llaman ciudad sostenible) introduce nuevos requisitos sobre los anteriores. Por ejemplo, habrá de consumir y contaminar lo menos posible.
Claro que, igual que el poder corrompe con el tiempo también el planeamiento ha sido afectado por tantos años de primacía. Las afecciones han sido muchas y variadas, dependiendo en muchos casos (aquí sí) de las condiciones locales. Y, en concreto, en el caso español (y digo español porque todos los sistemas de planeamiento de la Comunidades Autónomas derivan directamente de la Ley del Suelo de 1956) el planeamiento, sobre todo el urbanístico, a pasado de ser un sistema de organizar el territorio atendiendo a una serie de previsiones a constituirse exclusivamente en una norma garante de la inversión inmobiliaria. Esta consideración ha ido corrompiendo de forma progresiva todo el sistema. También lo ha ido volviendo inoperante. La mayor parte de las grandes ciudades españolas tienen congelado su planeamiento que, ni se revisa ni se cambia, funcionando generalmente mediante modificaciones puntuales. Hace un par de años redactábamos el Libro Blanco del Planeamiento Urbanístico Sostenible donde se daban una serie de indicaciones sobre cómo debería acometerse la reforma del sistema de planeamiento. Aunque es complicado reducirlo a unos párrafos sí parece interesante abordar las líneas básicas[8].
La fundamental es la llamada participación, básicamente inexistente en el planeamiento actual, ya que una participación que haga ciudades transparentes implica información no manipulada, veraz y comprensible por los ciudadanos. Es necesario, además, una educación en los sistemas básicos que ayuden a comprender los procesos urbanos. Y, por último, posibilidades de decisión reales y no circunscritas exclusivamente a votar cada cuatro años. El segundo pilar estaría basado en los cambios en la delimitación de los ámbitos de planeamiento que pasarían de los límites administrativos a ecorregiones o biorregiones conformadas por varios municipios enteros o partes. Esto implicaría quitar las competencias en la materia a los municipios y significaría también la creación de oficinas de planeamiento con competencias ejecutivas en la ordenación del suelo en las que se integrarían los municipios, los partidos, los grupos constituidos (por ejemplo, ecologistas) la sociedad civil y los técnicos. El tercero sería la consideración de objetivos a largo plazo de carácter más global que permitieran mantener los valores del territorio y gestionar adecuadamente los servicios de los ecosistemas y las grandes decisiones consensuadas tales como las referentes al tamaño de la ciudad, los equipamientos, etc. Y objetivos a corto plazo con una mayor flexibilidad que permitieran acometer los problemas diarios. En ambos casos, las consideraciones ambientales relativas al contexto local serían decisivas.
Necesidad de una nueva gobernanza
El urbanismo, la construcción de la ciudad, está directamente relacionado con la política. Y, muy concretamente con la política local. No se pueden ni tan siquiera plantear nuevas herramientas de planeamiento sin cambiar también las formas de relación entre los gobernados y los gobernantes. Existe actualmente una verdadera efervescencia de iniciativas en este sentido que no acaban de cuajar. Pero es normal que ocurra así ya que nos encontramos en un momento de crisis. Y en los momentos de crisis, básicamente lo que aparecen son balbuceos, tanteos de posibilidades.
Hace ya un siglo que Patrick Geddes dio a conocer su Sección del Valle y todavía más tiempo que transformó su Torre Vigía en Edimburgo en un catalizador de identidad de la región y la ciudad en forma conjunta[9]. Porque entendía que sin esta identidad, sin la comprensión del territorio en el que vivía era imposible que el ciudadano acertara en lo que era mejor para su vida. Un siglo después no hemos avanzado demasiado. Pero resulta que ahora las urgencias nos obligan a hacer lo que Geddes intentó hace más de cien años. La vuelta a lo local exige otras formas de gobernar el territorio acordes con el nuevo sistema. Es imprescindible empezar a diferenciar las políticas locales de las políticas globales dotando de mucha mayor autonomía a los territorios que consigan una cierta autosuficiencia. Pero ello implica, necesariamente, pensar en nuevas formas de representación local no basadas en la imagen del representante sino en una relación real con el representado. Esto se puede conseguir ahora mucho mejor que antes ya que ahora contamos con nuevos instrumentos derivados de la era digital.
Una ciudad la deben construir los ciudadanos, y sus representantes deberían intentar que esto fuera así. Pero, a día de hoy, la situación es penosa. Las actuales relaciones requieren una nueva gobernanza[10]. No sirven de ninguna manera para organizar la ciudad del siglo XXI ya que están pensadas para otra ciudad diferente. Es imprescindible pensar cosas nuevas. Ciudades de código abierto, transparentes, en las que el ciudadano sepa, de verdad, las implicaciones de tomar una decisión u otra[11]. Porque nuestros sistemas de participación ya no puede ser igual que los del siglo XX[12]. Lo digital abre posibilidades que deberían ayudar a mejorar la relación entre los políticos y los ciudadanos, pero nada ha cambiado todavía. Parece necesario modificar la organización de las entidades locales con objeto de conseguir una democracia real (objetivo de movimientos como el 15M) planificando áreas urbanas con entidad propia y reconocible en las que, por ejemplo, la elección directa de sus representantes sea posible, acercando el político local al ciudadano, de forma que la relación personal se imponga. Y, por supuesto, aprovechar las nuevas formas de comunicación descentralizadas de base local, mucho más difíciles de controlar que un periódico o una emisora de televisión[13].
Estas nuevas formas de relación entre administración y administrados deberían tomar en consideración la capacidad de autoorganización de los grupos[14]. La ciudad informal, la ciudad que se crea detrás y, frecuentemente, al margen de las instituciones oficiales debería empezar a ser considerada, no como un problema sino como una opción que introduce complejidad en el sistema[15]. Y, por tanto, deseable. Las relaciones sociales de proximidad consideradas como el germen de los grupos estables con iniciativa deberían de posibilitarse (incluso fomentarse) en lugar de tratar de cercenarlas como algo peligroso para el poder institucionalizado[16]. Hasta el punto que, en determinados casos y para determinados ámbitos, será necesario recuperar el sistema asambleario ya que este sistema permite la educación en la urbanidad más que ningún otro. En cualquier caso habría que celebrar siempre como algo positivo la introducción de grupos nuevos y relaciones nuevas entre grupos, base de la complejidad urbana y la resiliencia.
Estamos en un momento verdaderamente espectacular desde el punto de vista de los que tenemos la suerte que nuestro oficio sea mirar lo que está pasando. Porque están pasando más cosas en décadas que las que han pasado en siglos. La política degradada, la corrupción, la atonía social, las catástrofes, el cambio climático, la deshumanización de la información, el paro, la entronización del dinero, todo esto (con la perspectiva suficiente) no son más que sucesos anecdóticos de un sistema agónico al que tenemos que dejar de mirar. Algunos de los jóvenes que están trabajando conmigo en las investigaciones que dirijo, dan todo este mundo por finiquitado. Están pensando ya en la agricultura de proximidad; en zonas verdes de bajo costo; en como modificar el planeamiento para adaptarse al cambio climático que ya está aquí; como tienen que ser las ciudades para los ancianos porque vamos a tener dentro de nada un montón de gente muy mayor; en qué hacer con las hectáreas y hectáreas de sprawl que han masacrado el territorio de los países desarrollados y que van a dejar de funcionar cuando el precio del transporte se ponga a valores reales; como reconvertir la industria turística de masas que, por esa misma razón, tiene sus días contados; cómo sustituir parte de la infraestructura gris por infraestructura verde; de qué forma y qué consecuencias tiene la creación de redes de proximidad en Internet y cómo dar respuesta en el espacio físico a las nuevas funciones del espacio público; también analizan los experimentos con nuevas formas de participación y gobernanza y estudian la mejor manera de dinamizar áreas urbanas: si informal o institucionalmente. No se lamentan y miran a la ciudad del siglo XIX o del siglo XX. Piensan la ciudad del siglo XXI. Cuando los veo trabajar me emociono porque pienso que creen de verdad que se puede hacer. Y hacen que yo también lo crea.
[1] Donde mejor aparece explicado el tema es en el libro de Zygmunt Bauman: Liquid Modernity, Cambridge, 2000 (existe una versión en castellano: Modernidad Líquida, Fondo de Cultura Económica, México, 2003. También ya lo había expresado claramente Richard Sennet en: The Fall of Public Man,, Knopf, 1977.
[2] Crawford, M.: “Desdibujando las fronteras: espacio público y vida privada”, Quaderns n. 228, Barcelona, 2001.
[3] Se pueden encontrar estos planteamiento más desarrollados en Fariña, J.: “Naturaleza y planificación ambiental”, en Moya, Luis (coor.): La práctica del urbanismo, editorial Síntesis, Madrid, 2011.
[4] Borja, J.: «Ciudadanía y espacio público», en Urbanitats núm. 7: Ciutat real, ciutat ideal. Significat i funció a l’espai urbà modern, CCCB, Barcelona, 1998.
[5] Además de la publicación de Halbwachs (y para buscar otros enfoques) puede verse la monumental obra de Pierre Nora Les Lieux de mémoire, publicada por Gallimard en tres tomos, La République, La Nation y Les France, 1992.
[6] Benevolo, L.: Le origini dell’urbanistica moderna, Gius, Laterza&Figli, Roma, 1963 (Existe traducción al castellano: Los orígenes del urbanismo moderno, Blume, Madrid, 1979.
[7] Fariña, J y Merino, B.: Urbanismo y salud pública, Observatorio de salud en Europa de la Escuela Andaluza de Salud Pública; García-Sánchez, I. Editora, Sevilla, 2012.
[8] Aunque ya ha sido citado anteriormente todo este apartado está basado en el trabajo de tres años a lo largo de los cuales se consultó la legislación de las comunidades autónomas, las guías y recomendaciones publicadas y se solicitaron informes a más de veinte profesionales del urbanismo y del planeamiento en España. Fariña, J. y Naredo, J.M.: Libro blanco de la sostenibilidad en el planeamiento urbanístico español, Ministerio de Vivienda, Madrid, 2010.
[9] Geddes, P.: Cities in Evolution. Nueva edición revisada por la Outlook Tower Association, Édimbourg, y la Association for Planning and Regional Reconstruction, Londres. Londres, Williams & Norgate-New York, Oxford University Press, 1949. La parte de la sección del valle puede encontrarse online en la CF+S “Biblioteca Ciudades para un futuro más sostenible”.
[10] Sassen, S.: The Global City, New York, London, Tokyo, Princeton, Princeton University Press, 1991.
[11] Sassen, S.: “Open Source Urbanism”, en The New City Reader: A Newspaper Of Public Space, nº 15 Local, "The Last Newspaper" New Museum of Contemporary Art, October 6, 2010 - January 9, 2011.
[12] Gerbaudo. P.: Tweets and the Streets: Social Media and Contemporary Activism, Pluto Press, London, 2012.
[13] Malone, T., Laubacher, R. y Dellarocas, C.: “The Collective Intelligence Genome”, MIT Sloan Management Review, Spr 2010
[14] Zara, O.: Le management de l'intelligence collective. Vers une nouvelle gouvernance, M21 editions, París, 2008.
[15] Siena, D.: “Ciudades de código abierto. Hacia nuevos modelos de gobernanza local”, en Creatividad y Sociedad, nº 17, septiembre de 2011.
[16] Bernstein, A.. Klein, M., Malone, T.: “Programming the Global Brain”, Communications of the ACM, Vol. 55 Nº 5, pp. 41-43, 2012.
José Fariña Tojo es Dr. Arquitecto, Licenciado en Derecho, Técnico Urbanista del IEAL y Máster en Organización de Empresas. Catedrático de de Urbanismo y Ordenación del Territorio en la Universidad Politécnica de Madrid y profesor de numerosos cursos de postgrado en España, Italia, Francia y varios países latinoamericanos. Experto en Buenas Prácticas del Ministerio de Fomento, de la FEMP, y del Working Group on Urban Design for Sustainability de la Unión Europea.
Puedes consultar todos los artículos de la serie #Papers57 «Discursos emergentes para un nuevo urbanismo» disponibles en Paisaje Transversal Blog en: http://bit.ly/Papers57
Créditos de las imágenes: Imagen 01: Intervención en el espacio público Targ Weglowy de Gdansk (fuente: More Than Green) Imagen 02: The Ring Festarch (fuente: crearchitetturattivamente) Imagen 03: Cuestionario online para el Diagnóstico Participado del Distrito de Arganzuela (fuente: Paisaje Transversal)