Debes dejar tus palabras en el coche. Dentro no te servirán de nada, porque es sordo el dolor de quien llora a un padre. Simplemente acércate a ella disimulando el miedo a su desamparo y abrázala. Procura que con cada gesto tuyo sienta que aún hay vida en su cuerpo exhausto, que no está sola en un mundo apuntalado, siempre amenazando con derrumbarse sobre nosotros. Cuando te vayas, no te sientas culpable por regresar a una casa sin ausencias. Tampoco des las gracias a nadie por ello. Tú estarás en su mismo lugar algún día.
Jacob Iglesias, Horas de lobo