Para contar / la inspección

Por El Cuentador
“Una persona que quiere venganza, guarda sus heridas abiertasSir Francis Bacon.Son nueve los hoteles de la calle, todos modestos, de paso, sin ostentaciones; todos intercalados con otros edificios de residencia. Todos levantados en los años cincuenta, como parte de la ola de construcciones que dicen le cambió la cara a la ciudad y que fue capitaneada sobre todo por los italianos que llegaron escapando de la guerra.Llevo varios días caminándola, estudiándola, observando a quienes por ella transitan. El difuso objeto final de mi búsqueda es Basilio Fusco, que para empezar probablemente ya no se llame así. Sé que llegó de Italia hace mucho también, pero más que eludiendo la guerra, lo hizo huyendo a causa de la recompensa que uno de los jefes del grupo del Sur ofrecía por él. Allá se pagan las afrentas, así que para salvar la piel prefirió abandonar mujer y dos hijos pequeños y poner un océano de por medio.El único dato más o menos válido que poseo es que mantiene contacto con un tal Enrique Salvador, quien ha resultado también otro misterio. No parece tener rostro, pero es el dueño al menos en papelde la empresa que opera todos los hoteles.Eso lo supe hace ya algunas semanas, después de remontar un curioso entramado fiscal, averiguar dónde estaba la oficina de la operadora y aparecerme allá esgrimiendo una credencial de funcionario de la agencia municipal de rentas. No logré hablar con Salvador, pero sí con un opaco abogado, pinta de gestor y apellido Luján, a quien a pesar de su testaférrica reticencia no le quedó más opción que aceptar la inspección.- Puede usted revisar los libros. Ahora, si desea hablar con los administradores de cada hotel, no cuente conmigo; tendrá que hacer cita usted mismo, uno por uno– acotó Luján. Pero la información más valiosa me la había dado ya la recepcionista:- Al famoso Sr. Salvador no lo he visto jamás; nunca viene para acá, pero he escuchado que tiene una oficina en uno de los hoteles. De manera que los hoteles se volvieron mi principal blanco y aquí estoy, visitándolos uno por uno, revisando libros y tratando de saber más de alguien de quien todos han oído hablar, pero que nadie conoce.La tarea exige tiempo y sobre todo paciencia. Observar, esperar, preguntar. Por ello recorro la calle desde hace días, más o menos a la misma hora y ya puedo distinguir algunos de sus personajes habituales: el hombre en sus cuarenta, algo enfermo, que saca a pasear su perro y que silba siempre la misma canción; la señora, probablemente viuda, que sale cada mañana con un carrito de mercado hacia el abasto de la esquina; el señor ya mayor, caminado de bedel, camisa a cuadros y pantalón caqui, que pasa por la acera con un bolso azul a cuestas; la mujer joven, guerrera cotidiana, que arrastra a dos renuentes hijos varones a la escuela…Ahora es media mañana y estoy a punto de salir a respirar un aire distinto al de libros contables y tomarme un café, cuando desde el umbral de la puerta principal del hotel de turno veo un carro manejado por Luján que entra al estacionamiento. Regreso y me siento en un rincón desde donde puedo ver disimuladamente la puerta que da al estacionamiento. Poco después entra Luján y sin siquiera pasar por recepción, ingresa en una puerta del pasillo en la que cuelga un cartel que dice “depósito”. Poco puedo ver de su interior; suficiente para saber que no es un depósito lo que allí funciona.Un minuto más tarde abro en silencio la misma puerta. Luján rinde cuentas a alguien con camisa a cuadros, sentado detrás de un modesto escritorio. Es calvo y lleva un pantalón caqui que he visto en la calle antes, pero ahora reconozco también su rostro que, aunque mucho más viejo, es esclarecedoramente parecido al de mi hermano.
- ¿Enrique Salvador? ¿Basilio Fusca? –pregunto y mientras Luján sigue sin saber bien qué ocurre, la reacción del hombrecito de la camisa de cuadros ante un nombre que no ha oído hace mucho, me confirma que mis búsquedas terminan. Su miedo se posa en la pistola que surge en mi mano y sé que todo el sufrimiento que el grupo del Sur le ha infligido a mi familia, como venganza por la cobarde huida de mi padre, será finalmente cobrado. Allá se pagan las afrentas.
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