Que el terreno de las letras ha estado históricamente reservado para los hombres no resulta una sorpresa para nadie, basta con leer la lista de clásicos que nos dejaron leer en la secundaria para constatarlo. A lo largo de la historia, el rol de la mujer ha sido limitado a la vida familiar y tareas domésticas. Su mayor aspiración consistía en casarse y cuidar de sus hijos, considerándola incapaz de valerse por sí misma, tachando de inmoral cualquier actividad que no implicaran quedarse encerrada en su hogar. Incluso su inteligencia tenía un tope, que era por mucho inferior al de los varones. Y no hablo solo de los autores: se podría decir que hasta inicios del siglo XIX no contamos con grandes heroínas en la literatura universal. Incluso dos de estos personajes por definición, Jane Eyre y Elizabeth Bennet, no pudieron estar escritas sino por plumas femeninas. Mujeres a las cuales no les importó que su nombre sea dejado de lado con tal de compartir las historias que tenían por contar. Si Charlotte Brontë se hubiese negado a que su novela fuese publicada bajo la autoría Currer Bell o Jane Austen no hubiera accedido a mantener en anonimato su nombre, otra sería la historia.
Fueron muchas las mujeres que trabajaron para abrirse camino en la literatura, y son más aún las que lo siguen haciendo.
No fue sino hasta hace un par de meses que caí en cuenta de lo importante que era ver tantos nombres femeninos en las estanterías young adult de las librerías que visitaba. Ese género dirigido a jóvenes adultos que es menospreciado con tanta facilidad es el responsable de crear lectores. Y son pocas las misiones tan maravillosas e importantes como ésta. Porque cuando el mundo pensaba que los niños ya no disfrutaban de la lectura, apareció una mujer llamada Joanne que probó lo contrario. Que, al puro estilo del siglo XIX, tuvo que camuflar su nombre en dos iniciales por sugerencia de su editorial, quienes sostenían los niños rechazarían comprar libros escritos por una mujer. Porque los vampiros no se hubiesen puesto de moda de no ser por Stephanie Meyer —duela a quien le duela—, y las distopías no se habrían enfocado en otro público sin la pluma de Suzanne Collins de por medio.
Clare, Perkins y Rowell; Matson, Stiefvater y Roth; hay para todos los gustos. Mujeres creando historias de todo tipo, en una vitrina que no habían tenido. Definitivamente las estadísticas son muy diferentes en otros géneros, pero siempre nos queda trabajo por hacer. Abramos bien los ojos, vivimos un momento en la literatura que no se ha visto antes. Hagámoslo por cada una de las mujeres a las que en algún momento se les negó este privilegio.
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