En el cuarto de hospital
toda la noche
la mujer gritando
Juan
Juan
en dónde estás
no me puedo mover
no puedo mover mi pierna
ni mis brazos
Juan
no sé cómo llegar a donde estás
no puedo salir de aquí
Juan
estoy desesperada
no me puedo mover
Juan
Con los años y hurgando ante todo en librerías de viejo, llegaron otros volúmenes y hallazgos que aún hoy mantienen el halo de sorpresa y revelación. Pero encontrar los títulos firmados por Isabel Fraire no ha sido sencillo. Como ocurre con los autores de culto —y lo digo, en la antigua acepción, cuando un creador era seguido por una vasta minoría que apenas conseguía agotar un tiraje de mil ejemplares—, sus obras no suelen arribar al mercado de segunda mano y su adquisición está sujeta, por lo tanto, a vaivenes insospechados. Además en aquellos años, a la mínima presencia de su obra contribuía un hecho adicional: Isabel no vivía en México. Es decir, su nombre no figuraba debidamente en la escena literaria ni su presencia era regular en la prensa cultural.
Por supuesto —me advertiría Isabel— las cosas no fueron así. Su tránsito por otras naciones no la apartó de la escritura. En Londres, por ejemplo, se sumergió en la elaboración de una antología de Pensadores norteamericanos del siglo 19 (Siglo XXI Editores), traducida por ella, y a pesar de la distancia siguió proveyendo con cuentos, ensayos y poemas a diversas publicaciones mexicanas.
Puente colgante (editado por la UAM en 1997) y Kaleidoscopio insomne (del FCE, de 2004), que reúnen sus poemarios, le dan forma a un corpus antes disperso y permiten advertir los diversos tonos de una obra compacta e íntima que sigue siendo asunto —diría Fraire— “de lectores necios”. En consonancia con Poemas en el regazo de la muerte están Irse para volver y Atando cabos; en estos tres poemarios el acento es el de una cómplice que, sin ceremonias bañadas en almidón, envía postales en las que descifra al mundo. A veces con una sonrisa pícara, a veces con el aliento amargo de la pesadilla, Fraire escribe de aquello que le conmueve, asombra o irrita: el amor, la calle y la ciudad, el arte, la política y la familia. Y lo hace con el don del artista que en unos segundos traza, con la guía del pulso, un círculo perfecto. Mas no se dejen engañar: la sencillez de sus poemas es aparente. Cada uno es fruto de la depuración y de la exigencia.
Un abuelo de Isabel Fraire, contagiado por la fiebre de oro, fue gambusino en el Río Klondike, en Alaska. Quiero imaginar que su frenesí y empeño lo llevaron a descubrir fulgores en una tierra ignota con la misma pasión que su nieta, gambusina de libros y revistas, halló joyas en otra lengua y decidió compartirlas en dos libros que merecen la reedición: Seis poetas de lengua inglesa (Sep Setentas, 1976) y Caja de Pandora (Liberta Sumaria, 1982). Aplaudo la sinceridad de la antologadora y traductora por no vestir a estas antologías con crinolinas académicas y sí, en cambio, por ofrecer al lector un acercamiento cálido e inteligente hacia obras y autores que aún estamos descubriendo. Isabel Fraire, con su amor a la poesía ha iluminado vastas zonas, difundiendo en nuestro idioma a Lew Welch, William Carlos Williams, Ezra Pound, Quincy Troupe, T.S. Eliot y Lawrence Ferlinghetti, entre otros.
Como lector, confieso que es impagable mi deuda contraída con ella. En el prefacio de Seis poetas de lengua inglesa, la autora afirma que la poesía es, en esencia, revolucionaria “porque subvertir el statu quo mental es liberar al hombre de cadenas invisibles (…) y estas cadenas son, precisamente, las que hacen funcionar a todas demás (económicas, políticas, psíquicas, morales)”. Desde hace más de medio siglo, Isabel Fraire comenzó a subvertir espíritus y ofrecer otro modo de acercarse a la realidad.
Es cierto que la poesía tiene hoy una presencia reducida en las mesas de novedades; cierto es, también, que la usura rige a gran parte del mercado bibliográfico, y que en los periódicos tanto las secciones culturales como los suplementos son especies en extinción. Pero en oposición a ese panorama también es válido y necesario recordar que es cierta la existencia de Puente colgante y Kaleidoscopio insomne, obras signadas por la claridad e investidas por una fina y honda capacidad de observación. Y en particular, tenemos la certeza y el privilegio de poder decir: somos contemporáneos de Isabel Fraire, de su palabra cardinal.
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Palabras leídas por el autor de este blog el 26 de julio en el homenaje que el Conaculta e INBA dedicaron a la poeta, ensayista y traductora Isabel Fraire en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Lo singular es que ninguno de los organizadores le preguntó a Fraire su fecha de nacimiento... y no es en julio, sino el 8 de diciembre. La confusión nació de que varios diccionarios y enciclopedias tomaron a pie juntillas el prólogo de Poesía en movimiento, donde Octavio Paz señala que por su obra, el carácter de Fraire corresponde al signo de Leo.