Una vez hace muchos años alguien me preguntó, a propósito de la música que me gustaba, “y esa música, ¿cómo se baila?”. La simplificación de un arte. Como si la música hubiera sido creada por el ser humano con el único fin de acompañar el movimiento de los cuerpos. Me resultó muy difícil explicarle a aquella persona que a mí la música me gusta para escucharla y “saborearla”, no para bailarla. Hace unos días pude ver en televisión dos entrevistas a Salvador Sobral, el cantante portugués que contra todo pronóstico ganó Eurovisión el año pasado. Sobral representa lo que yo entiendo por la música. Dijo cosas como que el festival de Eurovisión no es un festival de música, o que los concursos televisivos de talento musical tampoco se fundamentan en ella. Y no puedo estar más de acuerdo. Es un poco como lo que me pasaba a mí con aquella persona que me preguntó cómo se bailaba la música que me gustaba. El arte musical se ha simplificado. Todo se basa en dominar un instrumento, la voz, pero no en el contenido. Uno puede ser muy hábil tocando el piano, pero la creatividad no es eso. Imaginad a Jimi Hendrix tocando una y otra vez el mismo tipo de canción. Imaginadle haciendo canciones con el propósito de gustar a todo el mundo. Imaginemos su talento desaprovechado. Eso es lo que veo yo en esos talent shows que lo único que buscan es crear “famosos cantantes” y no “cantantes que algún día crearán algo digno de la música”.
Alguien me podrá decir que cada uno tiene su propia cultura musical, sus propios gustos. Y estoy totalmente de acuerdo. Que a mí no me guste Operación Triunfo y el tipo de música que allí se cultiva no quiere decir que los demás estén equivocados. Lo que trato de decir es que la música es algo muy complejo para simplificarlo. Bob Dylan no es un buen cantante, no pasaría los cástings de esos programas. Incluso podría decir que no es un guitarrista fuera de serie. Pero es un músico soberbio, creador de historias musicales extraordinarias que trascenderán nuestro tiempo. E insisto, es un artista, es un músico de verdad. Los Ramones eran unos músicos mediocres, técnicamente hablando, y el tipo de canciones que hacían eran simples. Pero se acoplaron a un estilo emergente, nacido de una época social y cultural determinada, y supieron como explotar el punk sencillo y melódico. Son dos ejemplos del tipo de música que me gusta, y son dos ejemplos del por qué me gusta la música. Para mí este arte no puede ser efímero. Tiene que tener recorrido. No puede ser que alguien componga una canción para que en el verano todo el mundo la oiga y la baile hasta el hartazgo y que quiera llamar a eso música. Para mí no lo es. Puede valer para divertirte una noche, pero eso es lo mismo que ir una noche a comerte una hamburguesa a un restaurante de comida rápida. Una noche vale, pero basar ese tipo de comida en tu alimentación es absurdo. Y eso es lo percibo en mucha gente. Tratan a la música como algo de usar y tirar. Y eso no lo entiendo. No entiendo como alguien puede decir que le gusta la música y no compre discos. No entiendo como alguien puede decir que le gusta la música y no indague en su origen y significado. ¡No entiendo a esas personas que no escuchan a los Beatles porque son de hace cuarenta años! La música es cultura, y la cultura es algo imperecedero. Por eso, si alguna vez alguien me vuelve a preguntar cómo se baila la música que me gusta le responderé con otra pregunta, “y la música que tú oyes, ¿cómo se escucha y se siente?”.
Como diría el “sabio”, FIN DE LA CITA.