Les voy a dar la fórmula que hace que millones de millones de personas sobrevivan todos los días. No es algo que usted no sepa ya, lo hace a diario aunque no repare en ello del todo. La idea no es repetirle meramente lo que ya sabe en una fórmula condensada, sino motivarle a que la aplique en otras áreas importantes de la vida.
La fórmula es: Para, mira y anda. Antes de cruzar la calle usted lo hace, antes de subir una escalera o al autobús también. Cuando encuentra un obstáculo que el día anterior no estaba allí, repite la fórmula. Si truncara el proceso en el segundo punto, se perdería para siempre su avance físico en la tierra. Incluso, si sigue los pasos con irresponsabilidad podría terminar en un hospital o muerto. Parar, mirar y andar son actos importantes de la vida. Sencillos como parecen, pero mueven la rueda que te lleva al futuro.
Jesús en su ministerio en la tierra solía usar verdades de la cotidianidad y proyectarlas como metáforas de lo espiritual. De esta manera hablaba del sembrador humano que esparce la semilla y cae en distintos sitios con diversos resultados para ilustrar el efecto de la Palabra de Dios, según el terreno en que germine. Las verdades y principios adecuados de actuación cotidianos tienen significado más allá de lo natural. El acto de pararse antes de cruzar una calzada, mirar al frente y hacia los lados para asegurarnos que no hay peligro, o que podemos sortear aquellos que hallan, y luego avanzar, es ilustrativo de cómo debemos enfrentar las distintas elecciones de la vida.
Es sabio detenerse, sopesar las posibilidades de llegar a dónde se quiere. Las prisas, por regla general, no son buenas. Orar, analizar y meditar es prioritario antes de hacer cualquier otra cosa. El peligro está en quedarse en una espera eterna. He visto personas que se fosilizan porque no dan el próximo paso, aunque tienen ya la suficiente información y claridad para hacerlo. Los retienen la opinión de otros, el miedo, la duda y se quedan detenidos como si eso ayudara. Quieren todas las pistas y se olvidan de la fe.
Luego hay que mirar muy bien. Ya tenemos la fe de que podemos hacerlo, pero no ignoremos que la fe hace las cosas posibles, pero no necesariamente más fáciles. No debemos auto engañarnos pensando que todo ocurrirá felizmente sin adversarios y tropiezos. Aquello que vale la pena alcanzar siempre tendrá multitud de interferencias. Eso sí, lo que se ve no es toda la información. Antes de avanzar hay que mirar a lo invisible. Hemos recibido promesas de Dios. En los aires se pelean batallas a nuestro favor que serán ganadas por los ejércitos celestiales de Dios. Hay que ser perseverantes, entonces avanzaremos ilusionados por lo que el Señor hará.
La última etapa y no la más fácil es avanzar. Caminar aunque haya ruido. Andar aunque otros no lo hagan. Un paso a la vez, sin pretender forzar la cadencia de un andar obediente a Dios. No irse muy adelante, ni quedarse atrás, solo pisar firme y con constancia. Percibamos la aprobación de Dios en cada etapa, no será difícil de hacerlo. La vista se aclara en la medida que nos acercamos al horizonte. Lo que era difuso y lejano está más cerca y lo tocaremos pronto con nuestras manos.
Ya sea para cruzar una calle o para ir detrás de un propósito, estos tres sencillos pasos son aplicables si has recibido una indicación de Dios. Detente, mira y avanza. Podemos ignorar este triple consejo y considerarlo simplista, podemos seguir complejizando la vida con nuestros pensamiento dubitativos, pero será vivir en la nada, en la posposición y en el miedo. Mejor tomar los riesgos de vivir como un asunto de todos los días. No darle demasiada importancia a lo que no sabemos, sino a lo que ya conocemos. Detente antes de avanzar, claro está, mira cuidadosamente y camina, camina hasta llegar.
Autor: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com