Para verte soplar un diente de león.
Para plantar una semilla contigo. Para regarla.
Para verla romper la tierra y asomarse.
Para verla crecer. Para verte crecer.
Para que seas un árbol.
Para estar abajo cuando lo trepes.
Para ver sus frutos.
Para que tú los comas y te manches y te alimentes y sonrías desde sus ramas.
Para mecerte y abrazarte. Besarte y sonreírte. Para cantarte.
Para darte palabras y que nombres el mundo.
Para limpiarte las heridas: las del alma, las del cuerpo.
Para ser la memoria de los que ya no están.
Para encontrar el camino contigo.
Para no dejarte caer. Para que confíes. Para que mires al cielo.
Para ser de leche. Y de pan. Y de nana.
Para ser el carcaj que te proteja, siempre. Y el arco que te impulse.
Para mirarte. Para escucharte desde dentro.
Para dejarte hablar y hablarte mirándote a los ojos.
Para tender un puente. Para mostrarte la barca.
Para ser el puente y la barca.
Para cuidar tu fiebre. Para arroparte.
Para tejer con sus manos una red, un abrigo, una constelación de alegría.
Para permanecer.
Para cuidar tu voz. Para que nadie te calle.
Para acompañarte. Para dejarte avanzar.
Para luchar a tu lado.
Para crecer contigo. Sólo para eso, y para nada más, sirve una madre.