Para que en Chile cambie el nombre de las calles

Publicado el 01 abril 2011 por Rosabaez @LaPolillaCubana

Por Andrés Figueroa Cornejo

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Se me empaña la esperanza, sabe usted, cuando acaricio el paisito nuestro, tan parecido a una lengua tumefacta, quebrado a pique sobre el mar, tan despeinado telúricamente, tan pasillo de otros pocos que la ordenan a su antojo. Ahora resulta que la administración Piñera, revuelta en el acero de la ultraderecha y un trozo democratacristiano, que había puesto luces de fiesta a la rebaja del 7% del pago a la salud que deben costear los jubilados, es apenas para el 66% del 60% más pobre, que no para todos que ya son bien pobres, y además se compensa la medida para los gran propietarios mediante los seguros privados sanitarios cuyos precios cambian cuando sus dueños lo desean, y a los que tienen una enfermedad o son mujeres en edad de procrear les cuesta un ojo.

Después que vino Obama a firmar tratados nucleares en medio de la tragedia japonesa, y a hablar como mal comediante de relaciones ‘igualitarias’, cayó como desgracia la ofensiva del imperialismo y su extensión, la OTAN, sobre Libia, para ir completando las ganas de petróleo que arrastra un millón de muertos en Irak y otros cientos de miles en Afganistán. Porque, debe saberlo, Estados Unidos que es el 5% de la humanidad, consume el 25% del petróleo de todo el planeta, y el 50% lo importa, y que por eso se explica su hambre de oro negro, por eso  su gula oscura, mientras malvivimos la mayoría de la población mundial, y en especial de América Latina y África y Asia.

Por la misma crisis petrolera agudizada por la guerra dirigida desde el Pentágono -los cinco lados exactos que destruyen pueblos completos por sus intereses, mediante la fuerza y el consenso- y la especulación financiera (esa bolsa extraña y casino sólo para iniciados donde el precio no tiene nada que ver con el valor), los precios de los alimentos y de todito se dispara, el ministro de Hacienda de Chile, Felipe Larraín, anunció un primer recorte del presupuesto nacional de US$ 800 millones de dólares, y avisó que luego viene otro, pero muy secreto para que no tengamos la razón de por qué nos duele la barriga. Y el presupuesto nacional, en gran medida, es el dinero destinado a la inversión social, a la salud, la educación, a la famosa reconstrucción post terremoto-maremoto que nunca termina y es más misteriosa que un pergamino antiguo como el aire, a la llamada seguridad social y a otros goterones de asistencia estatal que pagamos todos con nuestro trabajo y el impuesto a las mercancías que pagamos con nuestro trabajo, y a las utilidades de las administradoras privadas de fondos de pensiones que también pagamos con nuestro trabajo.

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El salario mínimo en el paisito, que es el máximo para casi un tercio de los trabajadores, alcanza $ 172 mil pesos (US$ 364 dólares) hasta mediados de año. El gasto mínimo en el transporte colectivo es de $25 mil pesos por persona (US$ 52), y un kilo de pan cuesta más de dos dólares. Para que nadie llore, no le informaré sobre los precios de vivienda, educación, medicamentos, lácteos y carnes. La Comisión Asesora Laboral de Salario Mínimo del Gobierno ya arrojó el resultado de su incomprensible alquimia econométrica para el reajuste de este año: 2% real. Es decir, $ 3.440 pesos (US$ 7), toda vez que la inflación proyectada para este año –y recién vamos terminando el primer trimestre y la tendencia va en aumento- es de un 4,4%. En buenas cuentas y poniendo cara de resignación o indignación, según sea el horizonte de tolerancia de cada cual, el salario mínimo se contraerá, disminuyendo su poder adquisitivo en pleno período de alza galopante del costo de la vida.

Porque ocurre, entre otros fenómenos que pasan en el bestiario de la vanguardia capitalista mundial, que el paisito, dentro de las naciones de la OCDE que integra por su buena conducta a ojos de los Estados empresariales o corporativos que mandan en el globo, es el lugar donde más cuesta la educación universitaria. Aquí, las familias del estudiante deben desembolsar un 80% del precio de una carrera promedio, mientras que en Estados Unidos pagan el 34% y en España el 17%. Y no sólo en las universidades llamadas ‘estatales’. Según José Brunner, director del Centro de Políticas Comparadas en Educación de la Universidad Diego Portales, “al contrario de lo que ocurre en otras partes del mundo, las universidades estatales necesitan cobrar aranceles cercanos al costo real de las carreras impartidas, pues los recursos aportados por el Estado son reducidos comparativamente”. En Brasil, Argentina y Venezuela las universidades son gratuitas. En 6 Estados alemanas la educación superior no tiene precio, ni tampoco en Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia. ¿Es sinónimo de desarrollo cobrar por estudiar, entonces? No me aburriré de contarle que en Chile todo, absolutamente todo es mercancía. Y que, como los derechos y servicios sociales duermen en el museo de la historia, el salario es la medida de todas las cosas. Su vida tiene exactamente la calidad correspondiente a la remuneración que percibe. Y el 80% de la población renta menos de $ 320 mil pesos mensuales (US$ 666). Como si fuera poco, y volviendo a la universidad, de acuerdo a la oficial Encuesta Nacional de la Juventud de 2010, el 57% de los muchachos y muchachas egresadas de una carrera no trabaja en lo que estudió. Esto es, no únicamente su familia gasta un dineral para que adquiera un título universitario, sino que además, el titulado termina trabajando normalmente, vendiendo algo distinto que los servicios de su profesión. Si esto resulta feroz, todavía hay 700 mil jóvenes entre 14 y 25 años que no estudian ni trabajan. Un ejército de muchachada sin porvenir. Un ejército, en fin.

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La administración Piñera sabe, así como lo sabe muy bien la Concertación, que en Chile hoy la gente reivindica empleo antes que un alza general de salarios (lo que no significa que no hay que exigirla, por supuesto). Ello le permite endeudarse con crédito plástico e intentar llegar a fin de mes. Si como afirma Iñaki Gil de San Vicente, la primera fase de recomposición de las fuerzas sociales para transformar la realidad del pueblo trabajador, está asociada a la recuperación de derechos y conquistas históricas de los trabajadores, actualmente conculcadas, en el país estamos en las tapas de la fase uno. Ahora bien, Iñaki Gil de San Vicente, por razones analíticas propone cuatro fases bien determinadas. Sin embargo, ellas pueden ofrecerse de manera combinada y según los tiempos que resuelva la lucha de clases, la celeridad o no del movimiento real que en su andar pugna contra el capital, se organiza y politiza por segundo, o bien por décadas. Tras lo dicho no hay deseos psicoanalíticos ocultos; sólo memoria histórica y el rastreo permanente del desarrollo dinámico del movimiento de los trabajadores y el pueblo.

Por ello, durante el gobierno piñerista se han creado poco más de 400 mil empleos (empleo es cualquier actividad que perciba un pago en dinero o en especies, no importando la cantidad, relación contractual, frecuencia, estabilidad o calidad del pago). Esta es la maravilla de la subvención estatal a los grandes empresarios que los dispensa de impuestos y les ofrece mayores prebendas, por un lado, y los programas de micro emprendimiento que luego de un curso barato entrega un monto simbólico como ‘capital inicial’ a pobres seleccionados, por otro. Al menos 120 mil puestos de trabajo son informales o “independientes”, por cuenta propia, vendedores de chucherías, comerciantes sobrevivientes y sin previsión ni seguro sanitario, productores ínfimos de empanadas hechas en casa o de partes de prendas de vestir y costuras donde participan desde los niños a los viejos de la familia. El resto de los empleos son básicamente precarios, sin derecho a sindicalización, altamente rotativos, sin contrato indefinido y hasta sin boleta de honorarios. Trabajos basura. Miseria laboral, de monedas para ‘salvar’ el día, y en el marco de una tercerización, subempleo y sub contratismo creciente. Y en este rango se encuentra la proletarización de la otrora orgullosa ‘clase media’, formada por profesionales, técnicos y empleados de oficina. Las cifras arriba expuestas por organismos del propio Estado resultan alarmantes al respecto. Los hijos de la desregulación multidimensional de la sociedad chilena aún sufren el despeñadero de la peor vida –más o menos bien vestida por las importaciones asiáticas sin arancel y a precio de golosina-.

Porque donde manda el capital, no manda el trabajo. Salvo, claro está, que el pueblo trabajador desfragmente sus luchas parciales y aisladas, y construya nuevas formas de organización para enfrentar las nuevas formas de organización del capital.

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La lucha de clases, independientemente de las intenciones, deseos y de las propias agrupaciones de inspiración emancipadora del paisito (que tendrán su hora y su prueba cuando la realidad objetiva lo demande), rigen las relaciones de fuerza entre el capital en su fase de preeminencia del liberalismo financiero, sobre explotador y de saqueo de recursos naturales; y el trabajo, que no termina de adecuarse para ser herramienta eficiente de combate por los intereses de las grandes mayorías. A mayor, amplia, unitaria y condensada lucha, mayor fortalece y posibilidad de triunfo de los desheredados, sea en peleas por una reivindicación en particular o a largo plazo, por el poder. Por ello las huelgas por empresa y no por industria o rama pocas veces alcanzan sus objetivos. Por ello toda protesta social, laboral, originaria, ambiental, estudiantil o ciudadana debe contener necesariamente en su movimiento y dirección el paro general. Y el paro y protesta general en el paisito no es un fetiche, una fórmula, sólo forma, o un dogma sacado de manuales mal editados. Es un momento de llegada que por sí mismo funciona como indicador de la recomposición de las fuerzas de los trabajadores y el pueblo.

Del seno mojado y limpio de ese derrotero saldrá, sincrónicamente,  la conducción política legítima y legitimada por el propio movimiento popular, y la alternativa política independiente de la derecha y la Concertación. Se derrumbarán las cárceles donde yacen los prisioneros políticos del capitalismo; los trabajadores organizarán la economía; la naturaleza curará sus heridas; las calles cambiarán de nombre, y por fin podré dedicarme a escribir la novela negra tantas veces postergada.

Marzo 31  de 2011

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