Hoy los EE.UU. han comunicado que se han cargado a Bin Laden. Ya saben, ese terrorista asesino a cuya cabeza USA había puesto precio hace ya casi diez años. Hoy, la venganza se ha cumplido, los americanos han perpetrado su ojo por ojo.
Yo, que soy un iluso y seguramente un trasnochado, hubiera preferido que le hubieran cogido y le hubieran juzgado. Parece más razonable, más demócrata. Pero claro, la orden era tajante: “Queremos a Bin Laden muerto”.
Bueno, pues ahora veremos si se cumple aquello de “muerto el perro se acabó la rabia”. Y, por desgracia, me temo lo peor. Porque sabemos muy bien, por experiencia propia, que las organizaciones terroristas pueden cambiar de cabeza sin grandes problemas, y seguir haciendo de las suyas.
Ahora, queda algo importante en el aire. Resulta que la excusa para la invasión de Afganistán era acabar con Bin Laden, que se creía oculto allí. Por lo tanto, es difícil de explicar –aunque nunca han explicado nada— que haya tropas invasoras en Afganistán. Porque tampoco se ha adelantado en otros campos. No se ha democratizado el país, ni se ha conseguido acabar con los talibanes –cada vez más fuertes— y tampoco se ha conseguido que las mujeres dejen de ser objetos.
Entonces, ¿para qué seguir en Afganistán? Ah, perdón, que queda el dominio del comercio del opio y el entrenamiento de los ejércitos y el consumo de armas. Se me olvidaban las razones más importantes. Los lobbies armamentísticos y farmacéuticos también tienen sus razones, ¿verdad, Sra. Chacón?
Salud y República