Con todo, la Cumbre anual de Davos causa expectación mediática y atrae la atención de los curiosos, a pesar de que sus propuestas sean más bienintencionadas que efectivas, ya que ninguno de sus participantes las pone en práctica cuando regresan a sus respectivos países. Y eso que allí acude un ramillete de los principales líderes del mundo, como Donald Trump, Angela Merkel o Pedro Sánchez, entre otros. También van los más grandes empresarios, comerciantes, financieros, multimillonarios, filántropos y activistas del mundo mundial a exponer sus diagnósticos y desgranar sus consejos. Se limitan, en puridad, a quedar bien para la foto de familia, saludarse entre ellos y retornar a sus casas, satisfechos de la cuota de internacionalismo intelectual conseguida. Pero resolver, lo que se dice resolver problemas, se logra poco en Davos. Entre otras cosas, porque el objetivo perseguido suele ser ambicioso: llegar a acuerdos para “construir un mundo más sostenible e inclusivo”. Un objetivo tal vez contradictorio e irrealista desde la óptica del capitalismo que representan los allí reunidos.
Las cerca de 3.000 personalidades reunidas en Davos pretendían marcar un nuevo rumbo a un capitalismo que se siente amenazado y profundamente cuestionado. Cosa que no es de extrañar cuando ni siquiera es capaz de lograr una posición de consenso sobre las medidas más convenientes para combatir el cambio climático. Entre un Trump que niega el problema y una Merkel que lo considera una cuestión de supervivencia, la única propuesta de Davos fue que hay que seguir con los esfuerzos y los acuerdos, a pesar de que los resultados sean pobres e insuficientes, como quedó de manifiesto en la Cumbre del Clima celebrada en Madrid. Pero para Davos lo que está en juego es el comercio y la viabilidad de empresas que podrían ser rechazadas por los consumidores por su poca sostenibilidad medioambiental y por una futura regulación más estricta al respecto. Algo tendría que hacer el capitalismo para amoldarse a estas nuevas exigencias sociales. De momento, más de lo mismo: nada.
Con un comercio mundial sometido a crecientes tensiones debido a guerras comerciales, el debilitamiento de los organismos internacionales de regulación (OMC, BM, FMI, etc.), el incumplimiento o ruptura de acuerdos y tratados regionales, la desvinculación de las leyes internacionales para afianzar mecanismos bilaterales y la implantación coercitiva de aranceles en las negociaciones comerciales, las propuestas de Davos resultan exiguas. La credibilidad del capitalismo queda, de este modo, cuestionada por la práctica habitual y sostenida del mismo, tendente a la explotación y la rapacidad más descaradas, con sus constantes exigencias de precariedad, inestabilidad laboral, recorte de derechos sindicales y laborales, desubicación empresarial, elusión fiscal, etc.
En definitiva, de la cumbre de Davos 2020 sólo queda el humo fugaz de su inanidad.