El objetivo del certificado energético es que el propietario ofrezca información al usuario que va a comprar o alquilar un edificio sobre su comportamiento energético y las emisiones de CO2 derivadas de su uso a través de una etiqueta muy similar a la utilizada en los electrodomésticos.
Los certificados deben incluir propuestas de mejora aplicables al edificio o vivienda para reducir sustancialmente el consumo energético. La biomasa para ACS y calefacción es una de las medidas más atractivas, pues ofrece períodos de retorno menores que cualquiera de las medidas pasivas en aislamiento, ventanas, etc, y garantiza un gran salto en la calificación del edificio.
En edificación, la demanda térmica para ACS y calefacción supone gran parte de la energía total consumida en condiciones de habitabilidad y uso normales (en el sector residencial supone cerca del 66%). Por tanto, los edificios que obtengan la energía de combustibles fósiles, especialmente los mal aislados, obtendrán una baja calificación al penalizar enormemente en ambos indicadores: elevadas emisiones de CO2 y gran consumo de energía primaria requerido.
La biomasa, así como otras energías renovables, no computan ni emisiones de CO2 ni consumos de energía primaria no renovable, por lo que edificios con mala calificación la verán muy mejorada si instalan una caldera nueva de biomasa para satisfacer la demanda térmica.