Se supone que los debates existen para que los políticos desmenucen sus propuestas a unos ciudadanos aún indecisos o abiertamente desconfiados con aquellos. Más que consignas y eslóganes propagandísticos, los debates están para dar a conocer, a través del contraste y la confrontación de propuestas, las iniciativas reales que los aspirantes pondrán en marcha si logran gobernar, el modelo económico, laboral y social que impulsarán y los medios con que proyectan hacer viables esas promesas. Si hablan de crear empleos, habrán de pormenorizar las acciones y mecanismos con que lo conseguirán; y si prometen garantizar las pensiones, deberán aclarar las cuentas que estiman lo harán posible. Un debate no sirve para dedicarse a criticar al adversario, sino para detallar propuestas, para abrir el programa de cada partido y, partiendo de sus respectivos principios ideológicos, concretar las soluciones con que abordarán los grandes problemas que afligen a los ciudadanos. Si el debate no se plantea mirando al futuro inmediato, será un debate baldío que aburrirá a los espectadores y vendrá a profundizar la enorme brecha que se está produciendo entre la ciudadanía y la clase política.
El de esta noche es un debate difícil. Es difícil porque será complicado exponer planes de futuro si los reproches entre unos y otros se mantienen y si la confrontación de ideas se limita a intentar proyectar sobre el contrincante la sombra bochornosa de la corrupción. Si los ataques y las descalificaciones se imponen a los mensajes programáticos y las propuestas realistas, el debate acabará convirtiéndose en un mitin electoral vacío de contenido, en una oportunidad desperdiciada para aclarar las dudas y deseos por saber de los ciudadanos, de los pocos ciudadanos que, tras más de un año de repetidas convocatorias electorales, aún muestran interés por informarse y escuchar a sus dirigentes políticos. Además, siendo una repetición de las fracasadas elecciones de diciembre, el margen para mentir y engañar es muy limitado: o se pormenorizan las intenciones reales de cada candidato, de manera convincente, o se recurre a los errores que ya han demostrado su inoperancia para conseguir acuerdos de gobernabilidad. Se trata, pues, de la hora de la verdad, de ofrecer con sinceridad razones para confiar en el futuro de nuestro país. ¿Estarán a la altura?