El invierno parece que ya nos ha abandonado definitivamente, aunque las mañanas siguen siendo frías, sobre todo cuando el viento del nordeste se encarga de recordárnoslo. Las playas que estuvieron desiertas durante los últimos meses pronto se empezarán a llenar de gente, pero a primera hora de la mañana, antes de que cientos de personas lleguen con sus sombrillas y sus toallas, las gaviotas seguirán siendo las únicas dueñas de la arena.
La playa de San Pedro, en el concejo de Cuideiru, es una de las playas más visitadas del occidente de Asturies, aunque paisajísticamente no es de las más espectaculares, sobre todo si la comparamos con las playas de los alrededores.
Lo cierto es que personalmente las playas "típicas" me resultan bastante aburridas e incómodas. No aguanto más de cinco minutos tomando el sol, me rebozo como una croqueta, no soy capaz de leer a gusto y si intento comer acabo masticando arena. A mi me gustan los pedreros como en los que me crié desde que era una niño. Para mi ir a la playa era como ir al parque, me entretenía mirando a las quisquillas y las actinias en los charcos. Saltaba entre las rocas como una cabra. Levantaba piedras y hurgaba entre las algas para buscar cangrejos ermitaños y peces, miraba las cuevas por si un pulpo me enseñaba los tentáculos y me bañaba en las pozas que dejaba la marea, que eran mucho mejores y más bonitas que cualquier piscina. Y tengo que admitir que ahora, bastantes años después, sigo haciendo lo mismo.
El año pasado nos pasamos unos cuantos días por la playa de San Pedro para darnos un baño y yo aproveché para cruzar el río y meterme entre las rocas de la derecha de la playa. Lo cierto es que para no ser un pedrero no estaba del todo mal, había algunas pozas y unas rocas afiladas que no tenían mala pinta, así que decidí que me pasaría de nuevo al amanecer y cuando la marea estuviera en su punto para intentar hacer unas fotos.
Pero fueron pasando los meses y nunca se me arreglaba. O la marea estaba alta y no se podía pasar o demasiado baja y las pozas estaban secas. Cuando coincidía la marea, el día amanecía lloviendo y algún día que todo estaba a favor, tengo que admitir que al sonar el despertador a las seis de la mañana me dio pereza y no me levanté, para luego arrepentirme el resto del día.
Ayer conseguí que todo se me arreglara, el día estaba despejado, la marea estaba en su punto y me había despertado media hora antes de que sonara el despertador, así que cogí todos los trastos y me fui a la playa. Llegué un poco tarde porque a pesar de que aun no había salido el sol ya se veía perfectamente. Hubiera querido alguna nube en el horizonte que me diera un poco más de juego, pero para una vez que lograba ir tampoco me iba a quejar, así que monté el trípode y me fui al sitio donde había estado hacía un año y este fue el resultado. Habrá que volver.
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