quien me conoce desde pequeñita, sabe que he ido cambiando gradualmente (imagino que como todos: crecemos, evolucionamos o maduramos). Sin embargo, creo que mi cambio ha sido un tanto cíclico, es decir, ahora me reconozco en la niña que había perdido y siempre había sido.
De pequeña, era muy amante de los animales, así como demasiado sentimental.: no podía ver a ningún perro suelto por la calle, por la carretera y le daba la tabarra a mis padres hasta que conseguía darles de comer, beber o, incluso, mantener.Solía jugar con mi padre y miles de bichos: saltamontes, ranas, sapos, mariquitas etc. A él le gustaba enseñarme todos los que veía y, a veces, hasta me asustaba mostrándome raros ejemplares.
Cuando alguién me preguntaba qué quería ser de mayor, siempre decia: veterinaria, zoóloga y bióloga. Toma ya. Actualmente, soy profesora de lenguas clásicas y, aunque poco tenga que ver, sé que elegí la opción correcta.
Con unos 6 o 7 años, Koki apareció en mi vida. Un perro mediano de color negro y una mancha blanca en el pecho y en una de sus patas. Era un perro con mucha energía, temperamento y manías. No supimos entenderlo y llegó un momento que no podíamos acercarnos a él porque mordía. Él estuvo con nosotros hasta que se lo llevaron a un pastor que tenía una finca grande y podía cuidarlo. No recuerdo cuánto tiempo permaneció en casa, era muy pequeña y hay momentos que he olvidado.
Sí recuerdo su alegría por vivir, sus ganas de comerse el mundo, de tener un compañero de juegos y yo, no estuve a su altura. Le quería mucho, pero no sabía cómo tratarle. Se fue y cerré mi corazón con llave, porque mi mente entendió que si tener un perro era eso, yo no quería poner más en mi vida.
Los perros, los animales en general, dejaron de interesarme, no los tenía en cuenta. Si veía a alguno por la calle, sentía la misma curiosidad pero me había vuelto muy desconfiada. Hasta los bichos me empezaron a dar pavor y mucho asco. Todo, por dolor e impotencia.
Pasó el tiempo, me hice mayor, me enamoré y decidí formar una familia. Mi chico siempre ha crecido rodeado de perros, gatos, pájaros y ha tenido una relación muy sana con estos. Le costó dos años convencerme para tener un perro en casa; hoy, ya vamos por dos: Otto y Yuna.
Día a día nos enseñan, nos acompañan y, juntos, hemos creado un bonito hogar lleno de amor y estabilidad. Ahora, sé que Koki fue un perro difícil de tratar pero incomprendido. Si supiera todo cuanto sé ahora, hubiera podido ayudarle.
Koki, lo siento. Imagino que, algún día, nos encontraremos y podremos compartir aquellos juegos o atenciones que esperaste de mí. Me gustaría aprovechar desde aquí para recordar a todas las familias que deciden poner un perro en su vida, que sean consecuentes con la raza que eligen, características, modo de vida etc. y que la educación de estos sea tan importante como la de los hijos.
..."pues bien, les obligamos a vivir en un territoriomuy pequeño, les prohibimos que lo marquen con orina, también les prohibimosque se relacionen con sus congéneres por miedo a que contraiganenfermedades cuando son cachorros o a que se peleen cuando son adultos,reducimos su exploración a un corto paseo atados a una correa y, en la mayorparte de los casos los mantenemos en pisos en los que conocen todos losestímulos existentes en ellos de forma que necesitan usar la vista (su sentidomás pobre) para poder identificar y analizar los estímulos provenientes delexterior que perciben a través del oído. Si a esto unimos que tenemos la mala(e inapropiada) costumbre de tratarlos como si fueran niños, es evidente quelos estamos condenando a tener problemas emocionales...".
A. Paramio, Animales y flores de Bach. Emociones, conducta y salud.
No me quiero quedar con un mal sabor de boca, pero tenía esta espinita clavada desde hace tiempo y creo que era el momento de soltar y sanar.
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