Les está costando, como digo, evitarse el bochorno de un presidente de semejante catadura porque son ellos mismos, los propios norteamericanos, los que favorecen su avance gracias al apoyo que consigue en la América profunda, cateta, ingenua e intolerante que vota a cualquiera que prometa sacarla de la depresión social en la que se haya inmersa a causa de las dificultades económicas, la desubicación de empresas y la carencia de expectativas con las que poder esquivar los cambios económicos y sociales que se han producido, no sólo en Estados Unidos, sino también en la mayoría de países del mundo por obra y gracia de esa globalización que el propio mercado americano ha promovido. La culpa de los males y dificultades que padecen los rancios conservadores norteamericanos la achacan a las importaciones comerciales, los inmigrantes que les arrebatan puestos de trabajo, la excesiva tolerancia racial y cultural, al “establishment” político que se muestra ciego con sus problemas y, en definitiva, a todo cuanto sea diferente de sus costumbres y tradiciones y socave los privilegios, en prebendas o dólares, con que eran tratados.
El ínclito Trump se ha permitido hasta ahora la desfachatez de soltar las más ofensivas ordinarieces sin que por ello sea castigado por sus simpatizantes. Ha podido mofarse de los veteranos de guerra, ha arremetido contra los correligionarios de su propio partido que le han retirado su apoyo, ha insultado a periodistas y medios de comunicación por no plegarse a sus deseos, ha ofendido a naciones vecinas con calificaciones injuriosas, ha podido mostrarse como el más repulsivo machista al alardear de agredir a mujeres sin que ellas pudieran evitarlo, ha bordeado incluso la pedofilia al fijarse en una niña para asegurar que dentro de unos años la conquistaría, se ha permitido expresar su simpatía por Putin, sin que le importara fuera sospechoso de interferir en la campaña electoral norteamericana mediante espionaje electrónico, y, en suma, se ha permitido poner en duda gratuitamente la nacionalidad del actual inquilino de la Casa Blanca, simplemente por ser negro, e, incluso, poniendo el parche antes de que salga el grano, hasta ha mostrado su desconfianza por la limpieza electoral si no resulta elegido.
Hay que parar a Trump por decencia política, seguridad mundial y ética individual del pueblo norteamericano llamado el próximo noviembre a elegirlo o rechazarlo, y por la tranquilidad de las poblaciones de las demás naciones que se ven afectadas por lo que sucede en Estados Unidos y por las normas y valores que de allí se irradian al resto del mundo. Hay que pararlo porque, aunque la democracia no garantiza el gobierno de los mejores, debemos impedir a toda costa que posibilite el gobierno de los peores y más chabacanos representantes de la ciudadanía. ¡Paradlo, por favor, antes de que nos arrepintamos!