El paraguas se encuentra de plena actualidad, más que nunca. Como concepto, como objeto, como metáfora, como ilusión, como protección; TT en las redes sociales sin clave ni contraseña, TT emocional y real, cómo si las emociones no fueran reales, las más reales. El paraguas que nos anuncia que ha llegado el otoño con sus lluvias –qué llueva, qué llueva- y sus árboles pelones, el paraguas que nos acoge y protege, que se comporta como una burbuja –no inmobiliaria- y nos resguarda de las inclemencias del exterior –cada vez más inclementes y canallas-. Y ese paraguas, con su silueta adherida, que golpea nuestras ventanas y puertas, corazones y ojos, para pedirnos, con buenos modos y voz dulce, que dejemos entrar la poesía en nuestras vidas –una temporadita, por lo menos, al año-. Sí, ha llegado Cosmopoética. Y yo me alegro de su llegada este otoño muy especialmente. En este tiempo de recortes y amputaciones, de cuestionar permanentemente lo que hemos conocido como Estado de Bienestar –y que acabará llamándose, si nadie lo remedia, Bienestuvo (gracias Silvia por la contribución)-, de vaticinar un inmediato futuro atroz y encanijado –cómo se puede proclamar con tanta facilidad que nuestros hijos vivirán peor-, es de agradecer que Cosmopoética celebre una nueva edición, bajo la dirección de Joaquín Pérez Azaústre. La metáfora o la definición real del paraguas alcanzan su mayor dimensión ahora, en Córdoba, al menos queda una burbuja en la que poder seguir respirando –aire no viciado, incluso con oxígeno puro.
El Día de Córdoba