Parar de leer

Por Lurhall
Leyendo el blog del Centro de Estudios Literarios Antonio Román Díez de BadajozCELARD ) he encontrado una de las frases utilizada en su concurso de micro relatos: "No me mates, deja de leer". Y es que no querer matar al personaje es algo que a todos nos ha pasado, no ser asesinos de aquellos que nos están acompañando y sobre todo nos están dando todo de sí mismos. El personaje por malvado que sea te resulta sobre todo, por la propia naturaleza de la actividad lectora, cercano. Tanto que pocas veces, por muy abyecto que se nos presente, puedes matarlo sin ningún tipo de dilema moral o de pellizco interior. Insisto, incluso a los más abominables cuesta dejarlos ir. 
Más duro es sin duda cuando el final viene poco a poco anunciándose en el texto. En esas obras en las que adivinas como el sufrimiento se convierte en el permanente compañero, en su tónica vital hasta doblegar a nuestro protagonista y hacerlo sentir desesperado. Resulta insoportable verla caminar poco a poco desde su cuarto hacia la puerta de la calle. Presa de los celos y viéndose víctima de la mayor traición posible; "observar" cómo sale de su casa y la deja atrás, sentir como se le acelera el pulso a medida que se acerca a su único destino. Se adentra en aquella estación que reventó su vida y, Anna, con su belleza incontestable, con toda su vergüenza y su amenazadora presencia llega a las vías del tren. No hay opciones, ni luz al fondo ni oportunidades. Ése es su único sino, su única opción. 
Entonces no quieres continuar. Quieres detenerla, sentarte a su lado en un banco y contarle que hay posibilidades, que hay elección. Que el tiempo en que las pasiones son duramente castigadas pasó, que en este tiempo, en este lugar puedes enamorarte Anna, puedes amar perdidamente, entregarte y embriagarte del otro. Vivir el amor carnal y espiritual con quien libremente escojas. Elegir el hombre con el que quieres pasar tu vida, equivocarte en la elección, rectificar y seguir. Anna podrás dar marcha atrás. Si no es con Vronsky serás feliz con otro, disfrutarás de tus hijos, pasarás el dolor y vivirás si quieres sola. Porque aquí, en este tiempo y en este lugar, puedes vivir libremente. 
Y ahora me doy cuenta que es literalmente en este momento y en este lugar. Que hoy en este planeta, y tanto tiempo después de la publicación de Anna Karenina ((1877), el destino de Anna sigue siendo el único posible para tantas mujeres, para tantas niñas en demasiadas partes del mundo. Que las obligan, las doblegan, las humillan, las violan, les arrebatan la esperanza y la posibilidad de vivir. Es descorazonador, duele y horroriza y quieres parar de leer.
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