En caso de que sintamos que una relación, en lugar de ser fuente de crecimiento personal y alegría, es causa de sufrimiento por su toxicidad, es preciso aplicar el séptimo principio y desprendernos de ella.Dice el personaje de Werther, de Goethe: «Nadie me dará el amor, la alegría y el goce de las felicidades que yo no siento dentro de mí. Y aunque yo tuviera el alma llena de las más dulces sensaciones, no sabría hacer dichoso a quien en la suya careciese de todo.» ¿Por qué a veces nos equivocamos tanto en la elección de nuestras relaciones?. Posiblemente porque es difícil elegir lo que nos conviene si no nos conocemos a nosotros mismos y no sabemos qué necesitamos y qué queremos. Esta ignorancia nos mueve a buscar personas que llenen nuestro vacío y refuercen nuestras zonas de inseguridad. Y cuando las personas con las que nos vinculamos también se sienten incompletas y están necesitadas, es muy fácil caer en una relación de mutua dependencia que bloqueará el desarrollo de todos los que la conforman.El sentimiento de plenitud es el resultado del trabajo interior de cada uno, por lo que nadie puede llenar nuestras carencias, ni el vacío fruto de la falta de desarrollo personal, relacional o profesional. Curiosamente, en lugar de trabajarnos a nosotros mismos para sentirnos plenos, podemos utilizar estrategias emocionalmente poco adaptativas, utilizando al otro para lograr nuestros fines o yendo en su contra. Estos son los vínculos peligrosos.Relaciones de dependencia, parasitismo, posesión, depredación, mercantilismo… pueden llevarnos al territorio emocional del sufrimiento. Veamos en qué consisten:Una dependencia que puede ser adictivaUna persona se convierte en la víctima de las víctimas cuando su necesidad de ser amada eclipsa su necesidad de ser respetada Adicción es cualquier cosa que reduce la vida aunque en apariencia pueda hacerla parecer mejor. Tendemos a buscar lo que nos falta, y cuando encontramos a alguien que reúne esas cualidades pretendemos tener la exclusividad de acceso a aquello que nos aporta y de lo que carecemos. A menudo se establecen relaciones asimétricas entre personas en las que, visto desde fuera, parece que hay uno que siempre pierde con ellas: uno manda y otro obedece, uno exige y otro le sirve, uno grita y el otro se somete... y son relaciones que pueden mantenerse a lo largo del tiempo.Incluso quien dice que nada recibe de una relación así, suele tener algún tipo de ganancia secundaria, necesaria para que este sistema injusto pueda continuar. A veces ya ha integrado un rol de «víctima» y se siente gratificado al ser compadecido; otras veces se siente poderoso al considerarse el «salvador» del otro. También puede ser que este continuo dar sin recibir nada a cambio sea la forma de huida de alguien inseguro y con baja autoestima que no se considera digno de ser amado.EL PARASITISMO COMO ESTRATEGIA DE RELACIÓNSeres que viven a expensas de otro ser pero no le aportan más que desventajas. Son personas que buscan a alguien que las ame pero no están dispuestas a hacer ningún esfuerzo para contribuir al crecimiento del otro. Se comportan de forma egoísta, viven de lo que aporta el otro, de sus relaciones, de sus aficiones, de sus iniciativas y de su afecto, pero no dan nada o dan muy poco. Los egoístas parásitos están pendientes de sus propias necesidades y tan centrados en su narcisismo que, fuera de ellos, el mundo no existe. Podría parecer que sólo se aman a sí mismos, pero lo cierto es que tampoco lo hacen cuando eligen vincularse de esta forma.POSESIÓN QUE ASFIXIAAfectos en exclusiva. La exclusividad reduce el territorio emocional y nos limita. El otro se convierte en prisionero o esclavo. Las dos personas que construyen esta forma de vínculo son co-responsables de l sufrimiento que se produce. Uno porque posee, el otro porque lo permite. Cuando la posesividad se instala en una relación, el otro puede pasar a ser una adquisición o una pertenencia más Y, al “cosificarlo” dejamos de verlo como persona. A partir de ahí, ya es fácil maltratarlo, coartarlo, manipularlo o utilizarlo.DEPREDACIÓNEl animal depredador destruye al depredado incorporándolo a su cadena de alimentación. Para conseguirlo otea el horizonte y busca su presa entre las más vulnerables del grupo, las más fáciles de cazar. Una vez detectada, espera paciente el momento adecuado, con frialdad, sobre la base de un plan, sin precipitarse. Cuando llega el momento, ataca rápido, sin dejar margen a la capacidad de reacción del otro, que lo mira con sorpresa. Actúa y se hace con la presa. Luego, la devora. También hay humanos así. En su vocabulario no existe el concepto de piedad o compasión. No son empáticos. Su propia existencia prevalece por encima de la del resto y está en su naturaleza cazar. En las familias, en las empresas y en todo tipo de organización aparece el depredador que invade territorios ajenos y se apropia de lo que necesita para sus fines. Y si para conseguirlos le es necesario destruir al otro, lo hace sin inmutarse. La agresividad y la manipulación forman parte de su repertorio de estrategias habituales.MERCANTILISMORelación condicional que se mueve por principios de mercado. El valor de la relación depende de las leyes de la oferta y de la demanda. Se calcula el nivel de inversión frente al nivel de beneficio obtenido. Requiere el concurso del razonamiento y contabilidad emocional. «Yo te doy y a cambio tú me das...» A veces, mirado desde fuera, puede parecer explotación o absurdidad, y no obstante no serlo y beneficiar a ambos. El hecho de que una de las premisas se incumpla genera desequilibrio en la relación: malestar, frustración, insatisfacción, ira... que puede mover a quien se siente así a buscar otra fuente de inversión relacional que le dé mejores beneficios y rentas. A veces llamamos amor a un sucedáneo alterado que se mueve en el mercado de valores emocionales por el que acaban pagándose grandes cuotas de interés y que nos puede llevar a la ruina afectiva.Dijo Mark Twain: «Aléjate de la gente que desestima tus ambiciones. La gente pequeña siempre hace eso, pero los que en realidad son grandes te hacen sentir que tú también puedes llegar a ser grande.»Nuestras relaciones personales son reflejo de la persona que somos en cada momento. Quien nos acompaña en el camino de vida condiciona hasta cierto punto nuestro desarrollo aunque no lo determine. Por tanto es esencial elegir bien, y en caso de que sintamos que una relación, en lugar de ser fuente de crecimiento personal y alegría, es causa de sufrimiento por su toxicidad, es preciso aplicar el séptimo principio y desprendernos de ella. En todo caso el secreto es aprender a hallar la distancia adecuada en cada relación.Schopenhauer lo explica en este relato que hemos adaptado para ilustrarlo:En las frías noches de invierno, los erizos, que son animales muy sociales, tienen mucho frío. Entonces para entrar en calor se acercan unos a otros. Pero como tienen púas, se pinchan mutuamente y esto les produce dolor. Entonces se apartan… pero tienen frío de nuevo. Y así una y otra vez, los animalitos se acercan y se alejan como si de una danza se tratara. Entonces, llega un momento en que se detiene el movimiento y los erizos se duermen. Es cuando han hallado la distancia adecuada: Ni tan juntos como para pincharse, ni tan lejos como para pasar frío.Pues, esto mismo vale para todos nosotros. El secreto de una relación consiste en el arte de saber conectarse con otro ser humano desde el respeto, sin invadirle. Sólo así, desde este respeto, podremos construir la base del amor que tanto anhelamos.Mercè Conangla y Jaume Soler* son los creadores de la Fundació Ambit y autores del libro Ecología emocional para el nuevo milenio.