Parásitos inocula al espectador a los intestinos de una familia pobre, que sobrevive gracias a pequeños ingresos ganados prácticamente en base a su ingenio y pillería. Una oportunidad laboral que se le presenta al hijo adolescente llevará a los cuatro miembros de la familia a trabajar para un adinerado matrimonio, circunstancia que pone en marcha una serie de acontecimientos que no presagian nada bueno.
Con la piedra arriba mencionada como ente casi omnipresente y central, Bong Joon-Ho nos ofrece una reflexión sobre la sombra. La historia enfrenta a dos familias, en las que cada uno de sus miembros encuentra un reverso en la familia contraria. Los pobres interpretan un papel, apenas intuyendo la posibilidad de otra vida, y sabiendo en el fondo que es algo inalcanzable. Los ricos se hacen los ciegos, los inocentes, pero detectan la otredad de los farsantes a través del olor. Los conceptos que se ponen en juego son potentísimos.
Este juego de "familias reverso" se nos presenta en forma de comedia negra ondulante. Los coreanos son especialistas en la conjugación de diferentes géneros para crear nuevos sabores, y Parásitos no es excepción. Lo que comienza como una trama casi humorística, muta durante el tramo central a otra cosa, mucho más oscura y atrapante. Para no hacer spoiler, diré que en el momento en que se abre cierta puerta, la película entra en otro nivel, que nos hace ver su historia con otros ojos. El efecto de transformación y revelación se antoja devastador hacia el incauto espectador, que asiste a un desenlace que le golpea con brutalidad.
La labor de dirección de Bong Joon-Ho es admirable, no solo por saber manejar el ritmo de su obra con gran temple —aunque tal vez la primera parte me queda algo larga—, sino por la manera en que desliza poco a poco un segundo plano en la trama. Aunque la mayor parte del metraje transcurre en interiores, el director demuestra su calidad en una escena rodada al aire libre. Hay un aguacero torrencial durante la noche, y los protagonistas se ven obligados a realizar una agotadora travesía bajo la tormenta. La secuencia está rodada con un pulso excepcional, de modo que representa un literal descenso a los infiernos para los personajes, con instantáneas realmente antológicas. Y no solo eso, sino que todo concluye con una pequeña escena donde se aglutinan cientos de personas, escena que vuelve a demostrar el increíble manejo del director con todo tipo de retos.
Siempre es un placer ver al gran Song Kang-Ho (actor fetiche del director) en este tipo de producciones, y aquí vuelve a hacer valer su calidad como intérprete. Pero el protagonismo está repartido entre un coral reparto en el que cada actor cumple un importante papel. Ninguno destaca sobre los demás, pero me gustó especialmente el desparpajo de la joven Park So-Dam.
Parásitos es una fábula tragicómica que nos obliga a cierta reflexión. Al mismo tiempo es una película tremendamente entretenida y nada sesuda, de ahí que su mérito sea aún mayor. La diferencia entre clases queda retratada como un ejemplo de todo lo que está mal en la sociedad contemporánea, una entelequia que puede ser fácilmente destruida con una simple pedrada.