ZP cumple hoy diez años al frente de su partido. Recuerdo que, entonces, todos dábamos por supuesto que se trataba de un tipo gris y anodino que habían colocado en el puesto para perder unas elecciones en cuyo resultado no cabía alentar la menor esperanza.
Es cierto que no atraviesa sus mejores momentos, maniatado por el nacionalismo radical que él mismo ha alentado en su partido y por el chantaje al que pretenden someterle los vascos si quiere contar con su apoyo, y con el país sumido en la peor crisis que se haya conocido desde la posguerra, en buena medida ocasionada por su pasividad y su negación de la realidad.
No obstante, también es cierto que “ese Bambi de acero”, tal como le calificó Guerra, le ha cortado las piernas a todos los que le encumbraron al cargo con las esperanza de sucederle tras las elecciones, y que ha tenido buen cuidado, con la excepción de sus dos rotwailers personales, Rubalcaba y Blanco, de que no medraran en el partido más que personajes aún más vacuos y anodinos que él mismo, por lo que el vacío tras su segura partida se antoja desolador, haciendo buena la máxima del otro Guerra, Gerrita, el torero: “Después de mí naide”.
Admito que parece que fue ayer, pero también que estos diez años, en particular los últimos seis, en los que ha detentado el poder, se antojan interminables, si bien nada en comparación con los dos que restan en el improbable caso de que agotara la legislatura.