Pareidolia, menuda palabra, derivada etimológicamente del griego eidolon (imagen o figura) y el prefijo para (junto). Es un fenómeno curioso, por el cual nuestra mente interpreta objetos y visiones un tanto abstractas y las adapta a lo cotidiano. Este aspecto psicológico es el que ha ayudado, de forma determinante, al conocido Test de Rorschach, en donde una serie de cartulinas con ilustraciones de manchas de tinta simétricas pueden servir como instrumento para definir la personalidad de un individuo, según las interpretaciones que él mismo realice.
Puede suceder también que una pareidolia sea tan engañosa que nos lleve al equivoco absoluto, al poseer la virtud de borrar de nuestra mente la realidad y sustituirla por lo que aparenta. Un truco óptico que nos manipula y que resulta difícil desenmascarar. Sucede, por ejemplo, en una foto antigua que circula por la red de una familia, compuesta de un matrimonio y su hijo pequeño que descansa en las rodillas de su padre. La fotografía presenta un deterioro notable, hasta el punto en que el tierno infante desaparece ante nuestros ojos y, de forma ilusoria, se nos aparece un rostro humano al que algunos identifican sin el menor esfuerzo con Jesucristo. A mí particularmente me resulta muy complicado encontrar al niño en cuestión y me tropiezo, una y otra vez, con ese enorme rostro central que llama poderosamente la atención. Sólo cuando procedemos a trucar la foto y le aplicamos color, aparece su verdadera apariencia.