Por Dani Arrébola
Un caramelito de menta fresca y con sabor a Woody Allen
La francesa Sophie Lellouche se estrena en esto del largometraje marcándose y marcándole todo un homenaje al que (suponemos) es su inspiración divina en esto del cine: Woody Allen. En efecto, la cinta que además de dirigir, escribe Lellouche, cuenta con la sombra colaborativa del mito octogenario con el objetivo de otorgar, además de un plus en forma de turbo solícito en la cartelera, unos buenos kilogramos de caché, que ya es mucho hoy en día. Y la realizadora francesa, como no podía ser de otra manera, se presenta en sociedad con París-Manhattan, título de ADN alleniano en un filme que se mueve en el género donde más y mejor hemos disfrutado con el maestro, que no es otro que la comedia romántica.
A pesar de que el trabajo de Lellouche no pasará -ni por asomo- a la historia de las comedias románticas, la película desprende un encanto del que es difícil despegarse. A sus divertidas, dinámicas y creíbles actuaciones capitaneadas por Taglioni y Bruel, se suma un guión nada denso, que sabe hablar -más o menos- de lo que tiene que hablar, y que es capaz de esquivar los posibles pozos del aburrimiento en los que podía caer, y sortear las minas de la chirriante pretenciosidad siempre amenazante en comedias de este calibre tan naíf. Probablemente, los vagos auspicios talentosos de Lellouche, los encontremos más en la seda que va tejiendo en el guión que en la vacuidad de su dirección.
Por lo mencionado en el párrafo anterior y por configurarse como un caramelito de menta fresca en medio de una atiborrada cartelera de noviembre, Paris-Manhattan es recomendable no sólo a los nostálgicos amantes de la comedia del maestro, sino también a todo el resto de público que dificilmente sentirá haber perdido 77 minutos en una sala.
Puntuación Ránking Apetece Cine: 5,0