Quien mejor representa el independentismo catalán no es Artur Mas, atildado comisionista de baratijas, ni Oriol Junqueras, retrato vivo del Ecce Homo de Borja según la famosa restauración de doña Cecilia Giménez.
El prototipo del independentista catalán del Parlament es charnego, hijo de zamoranos. Se llama David Fernández, tiene 41 años y carece de estudios, aunque alega que visitó temporalmente una facultad, claro, de Políticas, y que es periodista: de iguales aulas que Belén Esteban y sus colegas de Telecinco.
Ya vio usted en televisión estos días a Fernández en el Parlament. Corpachón artiodáctilo y camisetas de manga corta mefíticas por la emanación de sus glándulas sudoríparas ecrinas, como sus pies, con sandalias curtidas por iguales fluidos.
Es president de la comisión que falsamente investiga la escandalosa fortuna del Honorable Jordi Pujol y familia.
Fernández, que accedió al independentismo militando en la CUP, Candidatura d'Unitat Popular, la de los antisistema, okupas, frikis, los perroflautas y demás “activistas culturales” precursores catalanes de Podemos, destacaba entre la ajada aristocracia nacionalista, cada vez menos vistosa y que ya copia las camisetas y sandalias sudadas, incluso en el Liceu: los independentistas se duchan poco, aunque alguno como Mas se vista de seda.
David Fernández presentaba esa actitud servil de los criados tiralevitas del señorito, por aquí, señor, le decía a Jordi Pujol conduciéndolo entre reverencias.
Por aquí, señora Ferrusola, qué sofoco, que pena, le decía condoliéndose a la mujer del defraudador que proclamaba luego con soberbia “No tenemos ni un duro”.
Fernández, la imagen de la Cataluña independentista. La del Parlament, la de su degradación ética y, sobre todo, estética, que exhibe la bochornosa decadencia de unos seres que fueron vanguardistas, que antes mostraban educación y cortesía, y que han transmutado a folclóricos caganers embadurnándose con sus propias creaciones.
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SALAS, clásico