Las escaleras de El Calvario, con poco más de 90 escalones, aparecen del otro lado de la calle. Un cerro blanco de escalones que aburren a los menos atléticos y entusiasman a cualquier otro. Desde abajo no hay sospecha alguna que allá arriba se respira otro aire. Desde allá, Caracas no tan sólo se ve distinta, sino que parecemos olvidarnos de ella por algunas horas.
Hago esta ruta hasta el Parque El Calvario, gracias a Fundhea. Entre sus rutas eco-patrimoniales está “El Calvario: el ego de dos presidentes”. No tan sólo llegamos a este lado de Caracas atraídos por la calma que se respira, sino también porque queremos entender la historia y eso se logra al ir de la mano con ellos. El parque está ahí, para visitarlo cualquier día, pero Fundhea te cuenta todo lo que hay detrás. Entonces, aprendes a mirar el lugar con otros ojos. ¿Por qué decidieron llamar la ruta el ego de dos presidentes? La respuesta es políticamente cómica. Dos presidentes de Venezuela: Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo competían entre sí para ver quién construía las más bonitas o las más grandes edificaciones y así llevarse el aplauso.
El Arco de la Federación, construído en 1895 durante la presidencia de Crespo, es la entrada triunfal al Parque. Un tranvía, como sacado de una película vieja, nos lleva hasta lo más alto para luego desandar el camino de vuelta. Se sabe que hace más de cien años se hace por esa zona la peregrinación del Nazareno de San Pablo. Alguien dijo por aquella época que subir esa cuesta era como “llevar a Cristo al calvario de su cruz”. De ahí viene el nombre. El tranvía sube entre árboles, jardines bien cortados, una sala de lectura, un auditorio para 60 personas, esculturas que se han ido moviendo por Caracas desde hace muchos años y frena justo donde huele a café: en la entrada de un cafetín que invita a sentarse a hablar de cualquier cosa. Me gusta que en Caracas se recuperen estos espacios que no nos hacen creer que estamos dentro de nuestra propia ciudad.
La capilla de Nuestra Señora de Lourdes, amarilla completa, combina con el verde de las montañas de Caracas que se ve siempre de fondo. Ya aquí arriba se puede andar sin orden; el camino se va trazando solo. Los bancos que están a cada lado de la caminería, son los originales de 1895, al igual que los detalles decorativos del suelo que me encantan. Entre los árboles, de repente la vista se abre para mostrarnos a Caracas. Desde aquí luce apretada y aún se logra ver la cúpula de la Catedral que fue, hasta 1920, el edificio más alto de toda la ciudad.
Un gazebo, hecho de madera de nogal, se lleva la atención y no cuesta imaginar que hace cien años albergaba a vendedores de flores. Muy cerca, está casi en ruinas el primer acueducto de Caracas. La Plaza de los Cisnes refresca la vista con una fuente para la que trajeron cisnes desde Europa el día de su inauguración. Más abajo, la Plaza El Parnaso nos lleva a otro sitio, a Grecia si es posible.
Se puede volver a la realidad en el tranvía o, mejor aún, bajando los escalones de El Calvario e intentando contarlos. Se puede ir cualquier día, sin costo alguno.
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