Sin embargo, nuestro siguiente objetivo no era Port Elizabeth, sino el Parque Nacional de Addo que está situado a unos 70 km de la ciudad.
El parque se creó en 1931 con la finalidad de proteger a los pocos elefantes que quedaban en la zona y que se encontraban en grave peligro de extinción. Sus depredadores eran los agricultores que los mataban para evitar que destrozaran sus cultivos y los cazadores furtivos en busca del tan buscado marfil.
Gracias a ese proyecto y a la abundante vegetación que les sirve de sustento, actualmente tiene una densidad de elefantes tres veces superior a la de cualquier otro parque, por lo que es un lugar muy recomendable para los amantes de los paquidermos.
Además de elefantes, lo habitan leones, rinocerontes negros, búfalos, leopardos, avestruces, cebras, chacales y hienas entre tantos otros.
En la parte costera se encuentra la gran Duna de Alexandria, situada entre el parque y la reserva marina donde también se pueden avistar ballenas y el temido tiburón blanco.
El P.N. Addo, aunque más pequeño que el P.N. Kruger, tiene la ventaja que está en zona libre de malaria.
Madrugamos con la intención de llegar temprano al parque para aprovechar al máximo el único día que le dedicaríamos. Sólo tiene dos puntos de acceso; la puerta y campamento principales se encuentran en la zona norte y en el sur del parque está el pequeño campamento de Matyholweni a pocos kilómetros de la puerta de salida, del pueblo de Colchester y de la zona costera.
Antes de las 9 ya nos encontrábamos dentro del parque. Accedimos por la zona norte y después de los correspondientes trámites de registro y de un buen desayuno en el restaurante del campamento, empezamos a recorrer los diferentes caminos señalizados, siguiendo un buen mapa que nos habían facilitado en recepción.
En determinados puntos, como el Domkrag Dam, Kadouw Lookout Point o Zuurkop Lookout Point está permitido bajar del vehículo bajo propia responsabilidad, para disfrutar de las espectaculares vistas y de la gran extensión que abarca el parque.
El ambiente es muy tranquilo y durante todo el día nos cruzamos con muy pocos coches. La vegetación es bastante espesa y dificulta el avistamiento de los animales, de todas formas alrededor de las lagunas se concentra bastante fauna que acude a beber.
El día que había amanecido frío y gris fue despejando quedando un sol de justicia. A la hora de comer regresamos al campamento principal y nos tomamos un buen rato de descanso sentados junto al mirador con vistas a la laguna.
La idea inicial era pernoctar en el campamento principal ya que dispone de varios servicios. A pesar de intentar hacer la reserva con varios meses de antelación, no había ni una plaza libre por lo que decidimos reservar en el pequeño y nuevo campamento del sur. No tiene restaurante ni tienda, ni gasolinera, sólo una pequeña recepción y los servicios más próximos se deben ir a buscar a la cercana población de Colchester. Una vez allí, agradecimos profundamente no haber encontrado sitio en el campamento principal.
Matyholweni consta tan solo de 12 cabañas construidas en estilo tradicional las cuales están perfectamente equipadas. El lugar es de ensueño, rodeado por los cuatro costados de la más pura naturaleza y donde reina un silencio absoluto.