Costa Rica se enorgullece de contar con uno de los centros de protección de tortugas más antiguos del mundo. El país tiene una política progresista en la protección del medio ambiente y, por ende, trabaja activamente en el desarrollo del turismo ecológico. Hace cincuenta años se creó Tortuguero, el pueblo de las tortugas, un programa para proteger a estos reptiles. Te contamos cómo nos fue en una visita nocturna, la llegada, la puesta y el regreso de las tortugas al mar. La excursión cuesta entre 20 y 30 dólares (entre 15 y 22 euros) y dura unas 2 horas
Tortuguero, es “el pueblo de las tortugas”. Este pequeño pueblo ubicado en el sistema de canales construidos por los humanos para facilitar el acceso y el transporte de mercancías a los distintos municipios de la zona está situado en una estrecha franja de tierra entre el río Tortuguero y el océano Atlántico.
Aquí, por cientos, las tortugas gigantes verdes, que pesan más de cien kilos, emergen de las aguas cada año para poner sus huevos, desarrollando su progenie en un espectáculo que los amantes de la naturaleza no deberían perderse. Y no nos equivoquemos, a pesar de esta abundancia, solo tres de cada mil crías sobreviven a los depredadores.
Y en uno de los primeros puestos de la lista de enemigos de las tortugas está el ser humano, como cuentan repetidamente los guías del parque nacional, muy metidos en su papel como defensores de la naturaleza y la educación sobre los diferentes aspectos de la vida de estos animales.
Nuestro guía se llama Chito y muestra un conocimiento casi enciclopédico de estos simpáticos animales con conchas (y de otros también), está preparando la visita de vez turistas dispuestos a presenciar en directo el nacimiento de una nueva generación de tortugas verdes.
Y aún más impresionante es el número de personas que pueden realizar la excursión (nos dijeron que hasta 400 personas por noche), de ahí que pidan una supervisión rigurosa. Normalmente hay dos rondas, con un montón de guías: a las ocho y a las diez de la noche.
Los visitantes deben armarse de paciencia. De hecho, los guardas del parque regulan cuidadosamente la presencia de guías y sus clientes en la playa.
Son ellos los que dan luz verde para guiar y designar la ubicación de la playa donde ir. No es raro tener que esperar, hasta 45 minutos, hasta que la hembra esté lista para el desove.
Solo el guía tiene una luz verde especial, invisible para el animal, que revela el proceso. Con las precauciones propias de una tribu de sioux y en fila india nos ponemos en marcha y, minutos más tarde, vemos una masa oscura en la playa.
Para demostrar el proceso, el guía levanta la pata trasera del animal e ilumina el sorprendente espectáculo con su lámpara. Una vez que el desove se ha completado, la tortuga cubre el orificio con sus patas traseras. Objetivo: dejar el lugar como estaba para que pase desapercibido.
Ella sabe por instinto que la conservación de la especie está en juego. De la misma manera que su extraordinario instinto y capacidad de orientación la traen a la playa donde nació y donde va a perpetuar el ritual de la conservación de la especie.
Una vez terminado el proceso, agotada por el esfuerzo, emprende su larga marcha, incómoda y dolorosa hacia el mar. El animal parece, literalmente, “nadar” en la arena. Su calvario se termina con la llegada de las primeras olas que alivian el estrés y están en armonía y con el océano.
Los espectadores aprecian el verdadero valor de esta progresión, de tintes dramáticos, teniendo en cuenta la morfología de la bestia. En ese momento tuve la sensación de que algunos turistas habrían aplaudido de haber podido hacerlo…
Una vez cumplido su deber maternal, las crías de tortuga tendrán que esperar 50 días para salir del huevo. Luego cavarán su camino hacia la superficie para recuperar el agua salvadora. Muchas de ellas no tendrán éxito: serán víctimas de las aves, los cangrejos, peces y otros depredadores. Pero esa es otra historia…