Parque Natural de Somiedo.

Por María José Luque Fernández @sonrisasdecamaleo

Son ya casi 8 largos años lo que mis pies no recorren aquellos solitarios, embarrados, nevados caminos.
Recuerdo con precisión cada uno de ellos, cada cruce, cada rincón. Los picos desde donde se podía contemplar el mejor atardecer ó el lugar ideal para otear el horizonte y divisar lobos, osos, corzos, jabalíes, gatos monteses, cualquier especie terrestre y aérea que te puedas imaginar, águilas, azores,  buitres…… 
Entre el espeso bosque o en la inmensidad del valle,  en el pico más alto o en río más caudaloso. Allí todo es vida.
  La vida no esta oculta, esta latente, en cualquier momento puedes encontrarte con alguno o muchos de estos seres vivos, es un cúmulo de sensaciones inexplicables.
Sentir en lo alto de los Picos Albos la brisa del viento en tu rostro mientras contemplas los rebaños de Rebecos, los copos de nieve sobre tu cuerpo, mientras corren los Jabalíes a esconderse tras las rocas.

Miedo he de reconocer al escuchar el  aullido del lobo sobrecogedor en medio del valle solitario al atardecer. Y entre la espesura del bosque cerca de una cueva, ver las  huellas del Oso Pardo y olerle, si. Y en la lejanía escucharle gruñir cuando llega la primavera…………..
Como no,  el Ciervo que en las mañanas muy temprano lucha incansable por ocupar territorio y su berrido es llevado por el eco a través del valle y la montaña.
Los días de lluvia con el canto del Urogallo que se encuentra en celo y en pequeños claros de los bosques de hayas, robles, acebos,  se reúnen,  mientras escapa a la carrera cruzando el camino la Gineta.

Único, irrepetible, el Parque Natural de Somiedo,  lugar donde encontrarte al Caballo Asturcón, en libertad pastando, aunque no solos, siempre acompañados de los grandes, fieros, temibles  pero leales mastines.
Sus lagos, los de Saliencia,  antiguos glaciares donde aún habita el Tritón Alpino. Su mina, la de Santa Rita,  de  Hierro abandonada, el agua de color rojo rezumando montaña abajo.
Como no hablar de sus Brañas, la Pornacal, la más visitada y cuidada, pero que no desmerece al resto,   tapizan  las praderías.
La Llamardal, una braña vaqueira, donde conocí  a  Ludivina y Cesareo, dos personas encantadoras del lugar, que  durante años me acompañaron en mis andares por aquellas tierras.  Madrugaba o mejor trasnochaba para salir a segar con ellos,  recogíamos a las vacas que al atardecer eran ordeñadas y nos bebíamos con placer, tal vez, con un poco de imprudencia, la leche recién salida de las ubres. En octubre todo estaba listo de nuevo para regresar a la vida en el pueblo.
Una dura vida la de los vaqueiros de Alzada, como eran llamados por aquellos lugares.
Pero sin duda lo mejor de todo es la calma y la tranquilidad, se vive despacio, sin prisa, hay tiempo para todo, hasta para no hacer nada.
Son muchas las rutas, todas iguales y distintas, dispares, llenas de sorpresas, depende de la lluvia, el viento, la nieve o el sol, del silencio con que las hagamos, de nuestro sentido del olfato, de nuestra atención,  impregnándonos de aquella calma, de aquel olor a bosque, a montaña, a vida.
Así es Somiedo, para perderse  en sus caminos, en sus bosques, en sus montañas, en sus ríos, entre las gentes de sus pueblos.
http://www.parquenaturalsomiedo.esMaría José Luque Fernández.
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