"Los días han pasado y las clases han iniciado. El tiempo libre acabó y no he tenido espacio para pensar en nada más. Entre antropología, bioquímica y farmacéutica, paso los días y las noches.
Mi casa parece la biblioteca de un centro de estudios médicos y el desorden en mi cabeza por sobrecarga de información, no da paso a nada que no sea el deseo por la hora de dormir.Se acerca el primer corte del semestre académico y eso significa: exámenes por montónY entre noches interminables y madrugadas frías, acompañadas de una miles de tazas de chocolate caliente, ha pasado cerca de un mes. Las lágrimas van y vienen, los recuerdos me visitan, sobre todo en las noches. Los días llevan su propio afán, que agradezco, y evito al máximo las salidas y las nuevas personas, que me quieren imponer mis amigas.Emma le ha tomado la palabra a Javier y mañana iremos a mi primera cita con el psicólogo. Ella misma lo ha elegido. Yo insisto en que es una exageración y una pérdida de dinero. Ella asegura que intentarlo no me cuesta nada. Veremos.
— Dicen que es el mejor, ¿Quién más puede escucharte y darte un punto de vista neutral? — No necesito neutralidad. — Necesitas quitarte esa cara de soldado alemán. — Emma, en serio, estoy bien. — ¿Eso te dice el espejo? Porque te miente, totalmente. — Muy graciosa… — Carla, hace días que no vamos de compras. Apenas si te pones rímel y no sales a ninguna parte. Ni presa que estuvieras. — Ya verás que el psicólogo me manda a mi casa, me devuelve el dinero y te dice que soy normal y que estoy muy bien. — Ojalá me diga eso…Estoy por entrar a su consultorio algo ansiosa y curiosa por saber si tendrá un precioso y cómodo diván. Si será amable o por el contrario, se limitará a las preguntas. — ¡Señorita Carla Ortega! — ¿Sí? — Siga, por favor. — Te espero aquí. Tranquila. — ¿Por qué no voy a estar...? — ¡Entra ya!
Ingreso algo nerviosa. No tengo ni idea de cómo empezar, que decir, como explicarme, ni nada de esas cosas. Y al ver los ojos de aquel profesional, intuyo que será muy difícil decirle que para mí — últimamente —todos los hombres son la maldición del mundo.
— Buenas tardes, soy Samuel Abbiosi y tú eres… — busca entre las hojas que están sobre el escritorio — Carla Alejandra — levanta la mirada y me sonríe —.
— Carla, si lo prefiere. — Parece que así, lo prefieres tú. Dime, ¿en qué puedo ayudarte? — Eso quisiera saber yo… — ¿No estás aquí por gusto, verdad? — No.Se recarga en su silla y se pasa la mano izquierda por el cabello, metiendo los dedos, a la vez que sonríe divertido.
— No crees que pueda ayudarte. — Exacto. — ¿Puedo saber, por qué? — Porque no considero que superar una traición, sea motivo suficiente para buscar a-y-u-d-a. — Yo tampoco, pero a veces, se presentas casos extraños.
Levanto la ceja izquierda y le sostengo la mirada.
— ¿Me está diciendo extraña? — No exactamente. Puede que mi primer dictamen sea, orgullosa y asustada.
Esta vez la que sonríe soy yo.
— Lo de orgullosa no lo discuto, pero, ¿Asustada? No lo creo. — Entonces, ¿por qué el movimiento constante de tu pie izquierdo? — Es una manía. — Que aparece cuando estás asustada, alterada o con miedo. — ¿Cuándo empieza la “consulta”?
Mira su reloj.
— Empezó hace diez minutos. — A mí me parece más, una conversación agresiva. Una lucha de fuerzas y egos. — Así lo planteaste, yo te sigo. — Y, ¿Las preguntas, la agenda con sus apuntes, el diván? — Yo trabajo distinto, me gusta que mi consulta sea una conversación amistosa. — No creo que avancemos mucho hoy. — Depende de ti; por mí, encantado de recibirte la próxima semana. — ¿Cree que voy a volver? — Creo en muchas cosas, sin embargo, estoy seguro que vas a volver cuantas veces te lo diga. — No se confíe. — No es cuestión de confianza, sino de experiencia.
Me levanto y pongo el bolso en mi hombro.
— Me voy, puede devolverme la mitad del dinero y así no daré una mala opinión sobre usted. — Las malas opiniones son parte del trabajo, igual que las buenas. El dinero es lo de menos. Te propongo algo, sales te calmas y en media hora te recibo nuevamente, si quieres. — ¿Si digo que no? — Al pasar la media hora, te devuelvo el dinero de la consulta. — ¿Todo? — Todo — sonríe complacido —Pero… pensarás en algo en los siguientes treinta minutos. — Nada es gratis en la vida…
Sonríe divertido, una vez más. Abre la puerta de su consultorio.
— Piensa que soy yo, el hombre que te traicionó y si decides volver, me dirás cada palabra tal cual como la pensaste. — Suena tentador… — lo miro de arriba abajo al salir.Cierra la puerta y me regala otra sonrisa de suficiencia.
Emma me sale al paso.
— ¿Ya? ¿Tan rápido? — Te lo dije, estoy perfectamente. — ¿En serio? — Que sí, Emma, Ven, sentémonos. — ¿Qué esperamos? — Que me devuelvan mi dinero.
Emma no lo cree y su expresión de asombro, comienza a molestarme.
— ¿Ok…? ¿Quién lo hará? — Emma, deja de mirarme así. El mismo doctor tan condecorado e inteligente como lo imaginas; no es más que un engreído, orgulloso y autosuficiente. — ¿Qué pasó allá adentro? — Nada, el tipo cree que se las sabe todas. Ahora tengo que esperar media hora más, para que se digne a devolverme mi dinero, aunque el tiempo perdido nadie me lo reintegra. — Estás echando chispas… ¿por qué media hora? — Porque me propuso un trato, antes de devolverme el dinero. Se cree muy listo, pero no le seguiré el juego. — ¿Cuál es el trato? — No vale la pena — ¿Cuál es? — Que pesada te pones a veces. En media hora debo pensar que él, es Mario, pensar en lo que le diría por traidor y luego, entrar a decírselo. — ¡Fascinante! — ¿Es en serio? — Me parece divertido y a la vez arriesgado. — Es una estupidez. — ¿No entrarás? — Si, a decirle que a Mario, ya le dije lo que tenía que decirle. — Que agresiva estás. — Defiendo mis intereses. — Yo pagaría, tan solo por verlo. Está buenísimo… — Es un engreído — Pero, lindo… — Pero engreído. — Te gustó — No empieces…
— Señorita Ortega, pase por favor.
Entro, el doctor no está. Me da tiempo para detallar el lugar. Es una oficina decorado con lujo, en un estilo minimalista y con tres colores predominantes. Blanco, negro y gris. Es amplia, tras el escritorio, hay una ventana inmensa que va del piso al techo, cubierta a la mitad por una persiana blanca. La pared es de un color gris medio, el escritorio es negro y la superficie es de cristal. Está ubicado sobre un tapete blanco, abullonado que simula la piel de una oveja. Un gran estante, se ubica en la parte inferior derecha y está llena de libros. Tiene un par de sillones blancos, muy cómodos, para recibir a los pacientes. Quiero seguir con la inspección, pero en ese momento ingresa a la oficina el “adorable” doctor.
— Buenas tardes Carla, Bienvenida de nuevo. — Ahórrese las formalidades. — Muy bien, ¿Qué decidiste? — Quiero mi dinero ahora, no recuperaré mi tiempo pero al menos, compraré algo que me agrade. — ¿A qué le temes? — ¿Disculpe? — Sí, ¿Por qué no intentas decirle, lo quieres decirle a tu ex? — Porque al él, ya le dije lo que tenía que decirle. — ¿Cuándo fue eso? — El día que lo descubrí. — Entonces no le has dicho la verdad. — Le parece poco. Le he dicho que es la peor persona del mundo, que es un cínico, que no… — no me permite seguir —. — Esa no es la verdad, es la reacción inmediata a lo que sentiste en ese momento. La verdad, es lo que estás sintiendo ahora, estos días que has pasado sin él.
El argumento me dejó sin armas. En eso tiene razón. Ahora mismo, quisiera no haber dicho lo que dije.
— ¿Lo intentamos? — ¿Qué? — Decirle lo que sientes. — No voy a llamarlo. — Lo harás conmigo. — No podría. — ¿Por qué no? — No estoy segura de lo que quiero decirle.
Se puso de pie, caminó hacia el ventanal y fijó la vista hacia afuera.
— Hoy voy a hacer más tratos contigo que los que hice para mi divorcio… — ¿Cómo dice? — Nada — volvió a sentarse — Carla, vamos a dejar esta primera valoración, como una de prueba. Te voy a dejar un ejercicio y volverás en una semana. Si al cabo de ese tiempo y al vernos de nuevo, decides que no vale la pena el tratamiento; te devolveré el dinero. — Usted no se da por vencido. — Dos cosas; la primera, jamás me doy por vencido; la segunda, no soy “usted”, soy Samuel y no me gusta que mis pacientes me hablen con tanta formalidad. ¿Entendido? — Entendido, Samuel. — Vas a conseguir una agenda, nueva y que sus pastas sean de un color neutro, cualquiera que sea. Escribirás en ella todo lo que le quieras decir a él. En el momento en que lo sientas y como lo sientas, todo, absolutamente todo, lo anotarás allí. — Hasta la próxima semana — Veremos.
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Tres días más. Tres días y en medio de mi rutina no ha aparecido Mario, reconozco que me hace falta su llamada cada noche y el mensaje al despertar; pero no he llorado, ni he sentido la opresión en el pecho, estoy anestesiada, según Maite. Mañana debo ver a Samuel y no tengo nada escrito. Tal parece que no soy un “caso extraño” y podré seguir con mi vida.Es la hora de dormir y Bogotá está más fría que de costumbre. Busco en el armario mi sweater favorito. Luego de ponérmelo, meto las manos en los bolsillos y me encuentro con una argolla. La extraigo, es el anillo que me dio Mario cuando cumplimos el primer año. Lo llevé conmigo todo el tiempo, hasta el día que lo supe todo. Lo guardé en el mismo sweater que me puse esa noche y ahora aparece para martirizarme. Me quedé observándolo, no deja de ser hermoso, con sus piedrecillas de colores. En el interior, una fecha; doce de enero de dos mil siete y una inscripción más: M&C… Es imposible evitar que sienta que el alma se quiebra, que la paz se acaba, que todo el dolor y el sufrimiento que escondí, regresan. ¿Por qué Mario?, ¿Por qué fue más fácil romper promesas que cumplirlas?La casualidad de aquel hallazgo, me ha dado las palabras necesarias y he escrito.
— Buenas tardes Carla, es un gusto verte, otra vez. — Buenas tardes. — ¿Qué tal fue la semana? — Como cualquiera, con clases, algunos exámenes y mucho trabajo. — Bien, y ¿Tu? — ¿Yo?, ¿A qué te refieres? — Tus emociones, sentimientos, dolores, alegrías… — He llorado mucho, de reír muy poco y creo que eso es todo lo que manejo. — ¿Controlas lo que sientes? — No lo sé, pero creo que todo pasa de blanco a negro o a gris. — ¿Escribiste? — Muy poco. — Para empezar, está bien. — ¿Quieres leerlo? — No, tú lo harás para mí. — ¿Por qué? — Porque yo seré tú ex y tú me dirás lo que sientes. — Se llama Mario. — Que bueno tener un nombre — sonríe a medias. — Me avergüenza que escuches lo que escribí. — En cuanto empieces a leer, seré Mario. Intentaremos un renglón. ¿Empezamos? — Está bien…Saco la agenda de mi cartera, lentamente la abro y con la voz algo temblorosa, inicio la lectura. —“Mario: No sé como iniciar esta carta, sabes se me da fatal escribir y que siempre te expresé mis sentimientos y emociones, con canciones…”Pauso la lectura y levanto la mirada hacia Samuel. — Continúa, por favor.Regreso a la lectura. —“estos días que han pasado, han sido difíciles, muy difíciles. Sé que la última vez, te dije cosas horribles, que no merecías, a pesar de todo no eres una mala persona, lo sé. Espero que entiendas que fue producto del dolor y la ira, fue una situación incómoda que no sólo hirió mi alma, también mi ego. Debiste ser tú, quien me dijera la verdad, por más dolorosa que fuera. Pero en vez de eso, callaste por mucho tiempo y esa es la razón de mi dolor, porque no fue una vez, ni un error de copas, ni un momento de debilidad, fue todo un año y paralelo a eso, también me decías que me amabas y que querías que lo nuestro fuera eterno…”El llanto me detuvo, puse la agenda sobre la mesa y me cubrí la cara con las manos. — Tranquila, toma un poco de agua. — Gracias — dije con un hilo de voz —. — Cuando estés mejor, puedes seguir…Unos minutos más tarde, retomé la lectura. — “Y ahora, huelo a soledad y a recuerdos; que duelen, que anhelan tu presencia y que buscan aferrarse a cualquier rayo de ilusión que hable de tu regreso. Yo también quiero que regreses y que podamos hablar con calma, con la verdad. Sin embargo, sé que no vendrás, que no llamarás y que tú me diste un adiós que alargaste por un año y que pudo ser más tiempo.Antes de despedirme, te dejo una canción que dice todo lo que siento ahora. Desde que no estás – Fonseca.Te amo”
---------------------------------------------------- — Yo no… — Escúchame. — Dijo tomándome por los hombros — Dejaste que pasaran los días y así, encontrar el valor para enfrentarme con tus preguntas. Pero no dejaré que preguntes, la explicación es sencilla, me gustas desde la primera tarde que estuviste aquí tratando de parecer fuerte y segura, intentando intimidarme con esa mirada misteriosa y triste. — Deja sus ojos fijos en los míos y habla con un tono suave y sincero — No te niego que intenté contenerme y fue la curiosidad y el deseo de verte, lo que me obligó a negociar contigo y a usar mis armas para convencerte y lograr retenerte. No fue fácil verte sufrir y llorar en cada sesión, sentir celos de la forma en que le escribes a ese canalla, desear ser ese hombre al que aun amas; tuve que retener las ganas de abrazarte y consolarte y de limpiar las lágrimas que caían por tus mejillas, me detuve haciendo mío tu dolor. Pero también aprendí a conocerte, a disfrutar de tu sonrisa fuerte y espontánea, de tus bromas pesadas, de ese sentido del humor lleno de sarcasmo, de esa pasión por vivir y ese dese frenético de avanzar y dejar el pasado atrás.
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— ¿Quién es ese tipo? — ¿Qué tipo? — El del ascensor¡Mierda! Se dio cuenta…. — Si no sabes tú que vives aquí — intento sonar desinteresada. — Si no me dices ahora, no entramos. — No es nadie, no lo conozco — le tomo la mano y lo llevo adentro — esos celos no te quedan bien. — Se miraron todo el recorrido — sus pupilas están dilatadas, está celoso — quise apretarle el cuello por mirarte así. — A mí solo me interesa como me mires tú…Me besó con la pasión con la que suele hacerlo. Puso sus manos en mi cintura y la recorrió despacio. Me llevó hacia él, como si quisiera meterme en su interior. Pude sentir su erección y eso me encendió por completo. Se quitó la camisa y fue por la mía. A medida que soltaba los botones, me hablaba al oído, con la voz ronca y excitada. — Te quiero mía, que sean mis manos las que te acaricien, que sólo mis ojos te reflejen mi deseo, que sean mis manos las que te demuestren las ganas que tengo de ti, que ya no puedo contener más la necesidad que tengo de tu piel, de ti. Estoy enfermo de no tenerte, de soñar despierto con el momento en que tu piel desnuda este sobre la mía… quiero grabarte en mí, con los ojos cerrados y el alma abierta… Te amo.
Sus palabras me excitaron aún más, sus manos suaves y esas caricias precisas me estremecen al más mínimo contacto. Estábamos desnudos y sedientos el uno del otro… — No quiero que vuelvas a mirar a ningún hombre, como miraste al tipo del ascensor…
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