Greenpeace lo viene denunciando hace tiempo, pero el mensaje no ha calado como debiera en la sociedad civil, aún menos en la política y en la económica, nada interesadas en la ecología cuando implica reducir un crecimiento sin fin sinónimo de éxito. No merecen confianza estos verdes. ¿Qué confianza va a merecer alguien que es capaz de poner en peligro su vida para evitar un vertido tóxico en el mar?, una imagen que se repite en las acciones de la organización. Paradójicamente, asociamos confianza con quien guarda sus espaldas y aparece ante las cámaras con traje y corbata y un mensaje tóxico envuelto en un guión bien estructurado y un buen afeitado. Ante los primeros síntomas de tsunami, concluyen la rueda de prensa. Esa puesta en escena aporta credibilidad, aunque sea un mal negocio para la audiencia.
Mientras Alemania ya ha puesto sus barbas a remojar retrasando la ley que alarga la vida de sus nucleares, aquí seguimos con este autismo endémico tan característico mientras los defensores de la energía nuclear quieren enfriar el núcleo del debate, alejarlo de Japón e intentar estirar, en lo posible o en lo imposible, la vida útil de unas centrales ya casi obsoletas. Antes de entrar en la sala de reuniones para indultar a nuestras nucleares, deberán lavarse la cara, sacudir sus chaquetas y cerrar bien las ventanas para que no entren las partículas tóxicas que vienen del este. Y todo eso, en el mejor de los escenarios.