“Quiero que Portugal y España dispongan de la mejor industria del mar del planeta, que sean los suministradores de pescado de gran calidad de toda Europa, el mejor destino turístico de Europa –explica Gonçalves-. Quiero que el vino, el corcho y el aceite de oliva sean los productos agrícolas Ibéricos de excelencia en todo el mundo. El aliento de los españoles y la precaución de los portugueses es una formula de éxito que ambos países no se pueden perder”.
El Sr. Gonzalves, partidario de un Partido Ibérico que englobe a España y Portugal, no está desencaminado en su idea, que al fin y al cabo, se aproxima a la de una Europa unida, idea que late en la mente y el corazón de numerosos políticos europeístas, y se aleja profundamente de los independentismos aldeanistas que demuestran numerosos representantes públicos españoles.
Uno se atreve a pensar que el interés de estas formaciones es más particular que general, y me refiero con general, al de la totalidad de la población. La connivencia con planeamientos secesionistas por el precio de acuerdos puntuales para la gobernabilidad de nuestro país, fue el germen de esto que el Sr. Mas no sabe muy bien como manejar. D. Arturo viviría mejor instalado en la incertidumbre, nadando entre dos aguas, algo que siempre se le ha dado maravillosamente bien. Ahora el pueblo educado en la inexistente soberanía de su comunidad, en una historia tergiversada y en el eufemismo de la inmersión lingüística, en vez de la imposición del catalán, reclama una independencia imposible. Consiguió prohibir la fiesta nacional en su autonomía, por lo que tiene de español, pero se enfrenta a un toro difícil de lidiar.