Durante mucho tiempo se ha afirmado que las demandas del 15M, solo podrían llevarse a la práctica cuando éste se convirtiera en partido político. Un planteamiento que, a juzgar por el funcionamiento del régimen actual, se presentaba técnicamente inapelable. Sin embargo, paradójicamente algunas de las propuestas de este movimiento quizá sean incompatibles con el entramado político actual. El 15M nació bajo el descontento de la sociedad civil, así que pretender trasladarlo a la órbita institucional podría implicar que perdiera, al menos, parte de su esencia.
Por el contrario, la propia idiosincrasia de cualquier partido político lo vincula con el poder institucional. Es más, ¿qué distingue a un partido político de otras organizaciones? Principalmente, que éste aspira al poder. De hecho, históricamente los partidos políticos han estado siempre ligados al ejercicio del mismo, tal y como sucedía con los “simples” partidos de notables o los grandes partidos de masas. Hoy en día, lógicamente siguen estándolo, pero las circunstancias los han convertido además en auténticas maquinarias electorales. Así pues, en nuestros sistemas, para lograr el poder, antes deben estudiarse y conocerse los entresijos de estas organizaciones.
Asimismo, el engranaje electoral de los partidos nunca deja de funcionar, aunque alcance su punto álgido durante las campañas electorales. En este sentido, hay una tipología que sirve para explicar las particularidades de estos procesos: el partido catch – all (o “atrapalotodo”). Los partidos actuales son de este tipo, lo que significa que su target electoral (el público al que se dirigen) es bastante amplio. Para ello, estas organizaciones elaboran continuamente un paquete de ideas políticas que son públicamente ofrecidas durante la campaña. La finalidad es suscitar la adhesión de los votantes para su proyecto político. Este paquete de ideas es, en realidad, la ideología del partido. Entonces, ante esta tesitura cabría preguntarse si las personas tienen ideología y los partidos la recogen, o los votantes acaban asumiendo los planteamientos que presentan los partidos.
En definitiva, esta ideología no deja de ser el vehículo que usan los partidos para conseguir la identificación de los electores con su proyecto político. Sin ésta desaparecería ese vínculo. Ahora bien, la ideología puede articularse de varias maneras. Ya hemos visto que, nuevos partidos como Podemos o Ciudadanos, apuestan por una estrategia de ideología más transversal, la cual modifica los parámetros clásicos sobre los que se sustentaba la ideología en partidos tradicionales como PP y PSOE, que aunque moderada en varios aspectos sí construye un “todo” reconocible. Por tanto, lo que hacen Ciudadanos y Podemos, es presentar el paquete de ideas, sin que éstas guarden entre sí la misma relación que antes era habitual.
No obstante, las campañas electorales de todos los partidos sí tienen una base común: son diseñadas con la intención de potenciar la faceta individualista del electorado. Así pues, las promesas electorales, aunque no se reconozca explícitamente, se dirigen a colectivos determinados que solo las votarán si entienden que van a mejorar sus condiciones de vida. No se vota atendiendo a ningún criterio de comunidad, ya que éste ha sido desmantelado. Frente a esto, se puede argüir, que la sociedad es muy dispar y por ello cualquier medida es imposible que satisfaga a todos por igual. Esa premisa, evidentemente, es cierta. Pero, ese individualismo y la ausencia de espacios de deliberación en la sociedad, para debatir sobre política, es lo que impide discernir la posibilidad del bien común. En consecuencia, esas facciones que son los partidos políticos, aprovechando la heterogénea coyuntura social, indican a ese llamado “pueblo”, las medidas por las que debe votar. En vez de eso, sería interesante que la comunidad misma diera con esas medidas.
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