Marina Tsvetáieva (1892-1941) hizo de su vida su obra. Lectora incansable y escritora precoz como la mayoría de los escritores de su generación, siempre mantuvo una firme confianza en su talento y estilo, realista y poético. Sobre esta cuestión y sobre otros datos de su biografía, Marina contesta a un cuestionario que le remite en abril de 1926 a su amigo Boris Pasternak que en ese momento elaboraba un diccionario bibliográfico de los escritores del siglo XX: "Escribo versos desde los 6 años. Los publico desde los 16. He escrito versos franceses y alemanes". "Mi primer libro ―Álbum vespertino. Lo publiqué yo misma, siendo todavía una colegiala". "No he pertenecido ni pertenezco a ningún movimiento literario ni político". "Los libros que más amo en el mundo son aquellos con los que me incinerarán : Los Nibelungos, La Ilíada, El cantar de las huestes de Ígor" "Influencia principal - la de mi madre (la música, la naturaleza, la poesía, Alemania. La pasión por el judaísmo. Una contra todos. Heróica). Algo más escondida, pero no menos fuerte, fue la influencia de mi padre (la pasión por el trabajo, la ausencia de arribismo, la sencillez, el aislamiento). La fusión de las influencias materna y paterna: carácter espartano…La vida se entendía de manera sublime."
"Cuando en vez del tan deseado, previamente decidido, casi ordenado hijo varón Alexandr, nací solamente yo, mi madre, tras haberse tragado orgullosa un suspiro, dijo: Por lo menos será músico».
Tsvietáieva rescata un fragmento de su infancia donde la poeta narra en un estilo realista, el duro aprendizaje del piano al tiempo que desvela una complicada y dolorosa relación con su madre, mujer autoritaria y castrante. "Mi madre no educaba―experimentaba: la fuerza de resistencia,― ¿cedería o no la caja torácica? No, no cedió, pero se ensanchó de tal forma que después ―ahora―nada la calma, nada la colma. Mi madre nos dio de beber de la vena abierta de la Lírica, como nostras después, habiéndonos abierta la nuestra sin piedad, intentamos dar de beber nuestros hijos la sangre de nuestra propia tristeza. Qué suerte para ellos ―que no lo conseguimos, para nosotros ―¡que lo consiguiera! Después de una madre así, solo me quedaba una cosa: convertirme en poeta. Para hacer uso del don que ella ―me había dado, y que me habría asfixiado o me habría convertido en una transgresora de todas las leyes humanas".
Tsvetáieva acaricia con sus palabras a esa mujer víctima de su propia incapacidad para comunicarse con el mundo y de ser comprendida. Las teclas, las notas en una partitura, el taburete, la madera del piano, los pedales, ¡el metrónomo!... "El piano estaba todo abierto,
y en él las cuerdas se inquietaban…"
Ese mundo que le mostró su madre, le abrió la puerta a una melodía propia, la que compusieron sus versos:
"De la hoja las notas se desplomaron
de los labios las revelaciones…"