la Navidad es el tiempo en que se reúnen las familias, incluso aquellas que no se ven el resto del año, o las que apenas se hablan. en algunos casos, es el momento de cerrar viejas rencillas; en otros, de hacer como si no existieran.
pero por lo que yo veo, este año la Navidad, más que traer salud, paz y amor, viene cargada de rupturas.
nunca había visto tan de cerca cómo familias de esas idílicas, por las que pones la mano en el fuego, se resquebrajan. que sabemos que en todas partes cuecen habas, que cada casa es un mundo, y que sorpresas te da la vida, estamos de acuerdo. pero de verdad que lo de este año es mucho, al menos para mi.
motivos de todos los colores: pensamiento, palabra, obra, omisión (culpas aparte). pero, sea lo que sea, no puedo más que preguntarme, ¿qué está pasando en el mundo? porque lo de la pandemia empieza a no valerme. que a todos nos ha trastocado y tocado y removido y cambiado. y estos lodos no me creo yo que vengan solo de aquellos barros, porque esto ya es una ciénaga.
le doy vueltas aunque no quiera, y ésta es la única conclusión a la que he sido capaz de llegar, seguramente errónea, o tan cierta como tantas otras.
empiezo a pensar que, cuando en el día a día uno no hace más que lo que se supone que debe hacer, casi de forma automática, impuesta, sin decidir, y deja de tener espacio para su propio yo (véase su poquito de ocio en forma de leer, correr, charlar con amigos, o pasear en soledad), uno poco a poco deja de ser feliz sin darse cuenta.
y entonces, quizá también sin saberlo, empieza a buscar un aliciente, una emoción nueva, secreta, algo que pueda controlar y disfrutar como su tesoro, el opio de esa insatisfacción que es su pueblo.
y, sin darse cuenta, se asoma a la puerta que siempre dijo que nunca abriría.
lo que me asusta es que muchos son los que siguen el camino de baldosas amarillas, corriendo hacia la luz cual Carol Anne (que no Caroline), y pocos son los que vuelven del otro lado del arco iris.
¡sígueme y no te pierdas nada!