Podría haberle escrito un poema más largo
–y sincero– tal día como ayer,
haberle confesado que el humo de sus palabras
le tiznó el aliento.
Que ya no creía en sus gestos,
meros señuelos
migas que adornaban el camino
hacia la trampa letal.
Que descubrí, tras el celofán
con el que se cubría,
al impostor.
Que con el trigo si está sucio
no se hace buen pan:
el nuestro,
el de cada día,
el que tanto insistía en probar.
O podría haberme despedido
con un solo verso:
“Te amaba es pasado, imperfecto”.