Me pasaba mi pasado de adolescente leyendo los veranos febrilmente, perdiendo dioptrías a chorro, recluida en la buhardilla, aislada y claustrofóbica, de la casa del pueblo, negándome a relacionarme con nadie, más que con los autores de los libros que eran mi mundo y lo han seguido siendo.
Condené, pese a su indiferencia ante mi pertinaz castigo, al silencio, a mi familia, a quienes consideraba "enemigos del pueblo" y se llevaban las manos a la cabeza, cuando me veían aparecer para comer - el hambre me hacía emerger como una fiera voraz que se rinde al instinto - con pinta de lo que ellos llamaban, entre aspavientos de escándalo "gitanosis".
Pues yo me gustaba a mí misma casi más que ahora: tejanos raídos, viejísimas botas camperas y una guerrera auténtica de camuflaje que me trajo un amigo de sus Milicias Universitarias.
Mediado ya septiembre, comenzaba las clases, pálida, como un espectro crepuscular por contraste con el color dorado del moreno de playa de mis compañeras. A mí me daba igual.
Después de confraternizar con Miguel y con Rafael y Gabriel y con Antonio y con Federico y otros, llegué a la conclusión de que la poesía era patrimonio exclusivo de la Izquierda.
Era mentira pero lo políticamente correcto, entonces. Y me temo que también, actualmente.
Además, a los poetas comunistas, a muchos, prácticamente a todos, les unía una desinhibición, una falta de complejos, una naturalidad que hoy, segurísimo, no tendrían: su grito unánime cantando a España, proclamando su patriotismo visceral y sincero, acunándola entre palabras de enamorado tolerante con sus defectos, loco por ella.En este tiempo, ¿dónde están los poetas que la cuiden, que la quieran, que la halaguen y le escriban bellos versos? ¿Quién defiende a la patria con la palabra, el arma más afilada?
Durante el Curso, yo anotaba en una carpeta de color amarillo claro, todos los poemas que llevaba grabados en el alma, porque el alma es frágil y caso de romperse, desaparecerían las palabras que me alimentaban y me mantenían con vida. Estaba toda la carpeta profusamente escrita con bolígrafo Bic -"Bic naranja, Bic cristal, Bic naranja escribe fino, Bic cristal escribe normal",decía el anuncio televisivo - y yo cargaba con ella a todas partes, así que que, cuando un escritor de los grandes, un consagrado ya en la Gloria de los muertos en vida que tenía el privilegio de conocer, me propuso presentarme a Blas de Otero, acepté sin aliento.
Fuimos aquella tarde, yo con mi carpeta bajo el brazo y nada más saludarle, temblorosa, mi acompañante señaló, socarrón, "Esta niña escribe" y Blas de Otero, muy en serio, se limitó a mirarme cómo si le hubieran participado una desgracia mía y musitó "¡pobre!".
Con un hilo de voz, atiné, tendiéndole la carpeta de mis amores, a pedirle un autógrafo y el gran poeta pero humilde, garabateó el recordatorio de una de sus más célebres composiciones : "En el principio. Me queda la palabra".Y me aclaró lo que yo valoré una confidencia íntima: "Este poema me lo ha musicado Paco Ibáñez y el muy cabrón se me ha comido el verdadero título, pero se llama así, que lo sepas".Nos besamos brevemente y nos fuimos. Poco después, él se fue para siempre.
Le hicieron una parodia de demagógico homenaje ridículo; espero que, ¡tan discreto!, desde dónde estuviera, se escondiese para no estar obligado a verlo.
Tenía un hondo concepto cristiano y trascendente de la existencia que obviaron cínicamente, aunque bien claro se trasluce en "Ángel fieramente humano".
La carpeta se perdió de modo inexplicable. La busqué en vano, enfebrecida como en celo y nada. La lloré, no pude por menos. Era mi compañera inseparable.
Aquí quiero dejar sus versos con su nombre auténtico que en mi vida resumida, fueron proféticos.
In memoriam.
EN EL PRINCIPIO
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
"Pido la Paz y la Palabra"
Publicado por Mª Asunción Balonga Figuerola, miembro de la Red de Blogs Comprometidos