Pascua de Resurreccion en un antiguo campo de desplazados

Por En Clave De África

(JCR)
Hace apenas cuatro meses, el recinto de la parroquia de Fátima, en Bangui, era un campo de desplazados donde varios cientos de personas se apiñaban como podían bajo la techumbre del altar donde todos los domingos se celebra la misa al aire libre. Hoy el mismo lugar estaba engalanado, con humildad, pero con un ambiente que respiraba la alegría del Domingo de Pascua. Los desplazados se han ido: unos han vuelto a sus casas –casi todas ellas destruidas- y otros han intentado instalarse con parientes o habitar casas alquiladas a precios bajos.

En el amplio recinto no cabía un alfiler. La gente ocupaba los bancos de cemento, la veranda de la residencia de los misioneros combonianos y el interior de la iglesia adyacente. Una misa de más de dos horas, con himnos coreados por todos al ritmo de palmas, con una procesión de ofertorio en la que no faltaron ni los plátanos verdes ni las gallinas vivas, culmino la Semana Santa en una de las 20 parroquias católicas de la capital centroafricana. En este lugar han pasado muchas cosas durante los últimos anos, como aquel fatídico 24 de abril de 2014 cuando las milicias del vecino barrio musulmán de PK5 entraron a sangre y fuego y mataron a 19 personas entre los casi 10.000 desplazados que había en aquel momento. También entre octubre y noviembre de 2015 la parroquia de Fatima se llenó de miles de personas que escaparon del terror de las mismas milicias que durante varias semanas incendiaron la mayor parte de las casas de los barrios vecinos. El Papa Francisco quiso visitar el lugar durante su visita a Bangui, pero su servicio de seguridad no le dejo.

La noche anterior, en la parroquia de Lakouanga, el barrio donde vivo, tampoco cabía nadie más en el interior del templo dedicado a los Mártires de Uganda, o al menos eso pensé cuando llegue y me quede fuera a la puerta recien comenzada la Vigilia Pascual. Terminada la segunda lectura, uno de los boy-scouts de la parroquia que aseguran el orden durante las celebraciones, me invito amablemente a pasar con el y me ofreció asiento en un banco donde se apretaban varias personas. Debió de ser en África donde inventaron aquella canción: “un poquitín que os estrechéis, y se podrá sentar” porque no importa lo lleno que este un edificio que siempre habrá sitio para más personas. Y desde allí participe en una celebración de tres horas desbordante de una alegría difícil de plasmar en estas pocas líneas.

Con la República Centroafricana ya son cuatro los países de África donde puedo decir que “he vivido”, es decir, trabajado habitualmente por lo menos más de una ano, y siempre me ha llamado la atención lo importantísimo que es para los católicos africanos la misa de la Vigilia Pascual, que se suele prolongar durante varias horas y en la que suele haber bautizos de catecúmenos que se han preparado durante al menos uno o dos años. Hasta hace no mucho, era impensable poder circular libremente por los barrios de Bangui en horas tardías y hacia las seis de la tarde, como muy tarde, todo el mundo estaba en su casa sin que se le pasara por la mente salir por una ciudad en la que se podían escuchar fácilmente disparos y en la que amplias zonas, llenas de casas en ruinas, estaban deshabitadas. A eso de las diez de la noche, se respiraba un ambiente de fiesta en todas las callejuelas por donde pase y la gente que volvia de la Misa se paraba a saludar a los vecinos, sentados fuera de sus casas charlando sin prisas.

En amplias zonas del resto del país la situación es muy distinta y a diario sigue habiendo ataques de grupos armados en los que no se respetan ni los campos de desplazados ni los recintos de las iglesias. Aun pasara mucho tiempo antes de que la República Centroafricana consiga estabilizarse y la gente pueda vivir sin miedo. Pero por lo menos en Bangui, la capital, llevamos ya varios meses de tranquilidad y la gente –aunque siga viviendo en condiciones de pobreza muchas veces extrema- por lo menos puede disfrutar de una vida normal. El hecho de poder salir de noche y rezar en la parroquia del barrio sin temor es un signo de resurrección de este país crucificado. Ojala que pronto se pueda decir lo mismo del resto del país.