Acudí al web site de Wizz Air y comprobé que efectivamente se anunciaba un cese de operaciones con el país del Dniéper a partir del 20 de Abril, lo que se trataba de justificar con la inestabilidad de la situación ucraniana, las consecuencias de la próxima entrada en vigor de una nueva regulación europea del transporte aéreo y la volatilidad de la moneda del país, la hryvnia.
Sin embargo, no pude evitar un suspiro de alivio cuando hallé que los días del mes abrileño en que había reservado mis vuelos de ida y vuelta estaban comprendidos en el tiempo en el que se realizarían las últimas operaciones por la citada compañía.
Se dirá el lector, no sin bastante razón, que cuál era la causa de mi desazón, cuando es conocido que hay otras compañías que vuelan a Ucrania y más concretamente a Kiev.
Pues el motivo de mi contrariedad no era otro que, además de la baratura de los vuelos de Wizz Air Ukraine y su más que aceptable calidad, se venía ofreciendo dos veces por semana la conexión directa entre Valencia -mi residencia habitual- y Kiev; y esa indudable ventaja del vuelo directo iba a esfumarse pronto.
Pero confirmado finalmente que iba a ser posible el desplazamiento sin escalas, acometí con mi esposa la siempre complicada tarea de preparar el viaje a nuestra casa ucraniana, en la que nos esperaba nuestro hijo, cuya esposa acababa de alumbrar una pequeñita, nuestra novena nieta.
Y eso era así porque había que comprimir en las maletas tanto pañales y ropita para recién nacida, geles y jabones de baño y otras cosas por el estilo, más las consabidas latas de mejillones en escabeche, aceite de oliva virgen, como jamón
Eran las once de la noche cuando despegaba nuestro Airbus 320 rumbo a Kiev Zhulany (aeropuerto casi en el centro de la ciudad) y no se esperaba la llegada al destino hasta cuatro horas después.
La aeronave era como todas las de su clase, cómoda, pero con las filas de asientos bastante ajustadas, de manera que noté ya de inicio que mi artrosis de rodilla izquierda iba a hacerme sufrir por el mucho tiempo sin poder moverme con comodidad.
Tuvimos mi esposa y yo mismo la suerte de que en el aeropuerto valenciano nos encontramos con una buena amiga ucraniana, Antonina, residente en Mutxamel, cerca de Alicante, quien durante mucho tiempo había presidido una asociación de ucranianos de la zona, y con quien habíamos mantenido unas excelentes relaciones de amistad.
La ruta del vuelo estaba marcada por el seguimiento de la costa mediterránea española hasta el golfo de Roses, en Girona, para cruzar el golfo de Lyon sobre el mar y sobrepasar Marsella y Génova, superando el norte de Italia a la altura de Venecia. Desde allí, sobre Lubljana en Eslovenia y cruzando Hungría, el vuelo entró en Ucrania sobre los Cárpatos, en las alturas de Xhust, para por medio de Ternopil alcanzar Zhytomir e iniciar el descenso hacia Kiev.
Afortunadamente, el viento de cola hizo arribar al destino casi veinte minutos antes de lo previsto, lo que permitió mover algo más mi algo enquistada rodilla, pero era ya a las 3’35 horas de la madrugada (en Ucrania rige una hora más que en España), y asomaban ciertos síntomas de cansancio.
El aeropuerto de Kiev-Zhulany se halla enclavado entre zonas urbanas de Kiev, lo que le hace más próximo a los destinos, y ha sido remozado adecuadamente, hasta convertirlo en una instalación cómoda, en la que el control de pasaportes (muy agilizado, por cierto) se hace rápido, y prácticamente no hay control aduanero, o al menos no lo parece, por la facilidad con que sobrepasamos la “línea verde” a la salida. Eran ya casi las cuatro de la madrugada cuando, recogidos los equipajes,
El sueño fue reparador, pero bien corto, ya que a las diez de la mañana (los hábitos diarios siempre dominan) estábamos desayunando a la espera de partir para encontrarnos en Kiev con nuestro sobrino Alexandr (Sasha), que vive en Karelia, Rusia, (de quien ya he hablado en otras crónicas), y que había demorado su regreso a San Petersburgo para reunirse con nosotros.
Ido nuestro sobrino a San Petersburgo, y tras disfrutar de nuestra nietecita, una recién nacida tan bonita como todas, y del encanto de su tranquila y feliz madre, llegamos a la hora de la cena, en la que al amparo de unos buenos tragos del vodka Medoff (una marca más, pero tan agradable como casi todas) cenamos unos huevos fritos a la española –para algo habíamos traído aceite- con chorizo también español y un buen puré de patata, ésta ucraniana.
Buena cena, buen vodka y buen descanso subsiguiente que pusieron remate a
En fin, este retorno a “nuestra Ucrania” estaba llenándonos de satisfacción interior y nos hacía sentir “lo nuestro”, mientras recibíamos mensajes de felicitación en la Pascua cristiana, porque en los países de religión ortodoxa se celebrará el próximo día 12 de Abril.
Nosotros en Ucrania, en tiempo de Pascua…
Y el mundo entre guerras, salvajismos, egoísmos, penurias, hambrunas…a la espera de una auténtica Resurrección liberadora...
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA