Luego, cuando finaliza la Liturgia del Domingo de Pascua, el sacerdote bendice el pan que se repartirá ese mismo domingo. Cuando se regresa de la iglesia a los hogares, cada jefe de familia debe rodear tres veces su casa y establos, para llenar todo el alrededor de la beatitud de la Resurrección. Después entra al hogar, en el que bendice a la familia con estas palabras: “¡Cristo ha resucitado! Con la
Realizado este acto, se coloca el cesto con la comida bendecida en la sala principal de la propia casa, frente a los iconos o cuadros de santos. Es esa comida la que el jefe de la familia (en la que debe estar todo el clan, desde abuelos, tíos, tías, primas, primas hasta nietos) compartirá con todos los presentes durante el almuerzo pascual.
Algo para destacar del festejo religioso son algunas actividades llevadas a cabo por los varones, por un lado, y las muchachas, por el otro. Los primeros realizan los “Véyi”,torres armadas por ellos subiéndose cada uno sobre la espalda del otro. Y las segundas se encargan de las “Hahilke”,cantos entonados por ellas mismas, que incluyen bailes suaves y alegres.
El domingo que le sigue al de Pascua se lo considera el domingo de la despedida o “Providná Nedila”, en el cual, según creencias populares, los muertos, que habían venido a celebrar con la familia la Pascua de Resurrección, regresan a su camino.
Hasta aquí la tradición que mucha gente cumple.
Más tarde salimos de nuestra residencia y nos dirigimos hacia Kiev, donde recogimos a la Dra. Elena, nuestra madrina de boda, y a la Dra. Galyna, otra buena amiga, para dirigirnos a la zona de Osokorky, al otro margen del río Dniéper, donde en su preciosa dacha (chalet) nos esperaba la profesora Ludmila, con su esposo, el profesor Dmitrij Mykolaevich, y su hijo Alexander (Sasha) con su esposa, la profesora Elena.
Al rato llegó el Dr. Volodymir con su esposa, Larysa, y esa decena de congregados comenzamos a degustar las delicias culinarias preparadas, no sin un previo brindis cada rato.
Resultó especialmente emotivo el primero, de la Profesora Ludmila, quien ofreció la bebida y brindó “por la paz”. Del mundo, de la nación, de la ciudad, de las familias, deseando se extienda por el doquier, precisamente en el Día de Pascua, precisamente en ese día en el que –recalcó con emoción no exenta de indignación— los tanques rusos estaban invadiendo otra vez la parte del este de Ucrania.
Y siguieron los brindis: por los amigos; por los anfitriones; por los invitados; por las mujeres; por todo aquello o aquel que o a quien se deseaba con buena voluntad.
A la comida se agregó una especie de arroz de mariscos que la anfitriona denominó como “paella ucraniana”, y que, aunque demasiado cocido, denotaba un buen sabor.
Tras las conversas en torno a la mesa, un paseo por el jardín, contando y repasando nuevas y viejas historias, y especialmente Tamara, mi esposa, relatando a las amigas novedades de España y de nuestra familia, hasta que se pensó en la merienda, en la que frutas y dulces acompañaron una nueva tertulia sobre las naciones, sus libertades y sus gobernantes, con un nivel intelectual que resultó muy interesante.
Comenzaba a caer la tarde cuando regresamos hacia Kiev y dejamos en sus respectivos domicilios a
Había resultado, en verdad, un día magnífico, como tantos otros que ya habíamos disfrutado años ha, pero en esta ocasión con nuevos elementos de goce, y con el contraste de que una guerra provocada por el ansia imperialista del loco presidente ruso no había logrado mermar el espíritu religioso y convivencial de un pueblo que, como el ucraniano, merece mucho más que la avaricia de su vecino del norte y la tibieza de apoyo del grupo europeo, sin capacidad de reacción ante la agresión.
Como la gente se felicitaba, Cristo había resucitado,
Pero, en fin, la Pascua había llegado, y nosotros la habíamos disfrutado de veras.
Tanto que en este escrito repetimos, deseándolo a los lectores:
“Jrestos Voskres” (“Cristo ha resucitado”) y “Voïstenu Voskres”(“Realmente resucitó”).
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA