Transitan viejas calles como cada día.
Y el Hombre, animal de vicios y costumbres, se mea en cada esquina.
Es el defecto que tiene, saberse animal de compañía, poseer poco más que su soberbia.
Y el perro con su hombre, y el hombre con su perro, pasean siete veces siete, sin
saber quien acompaña a quien.
Caminan pisando la hojarasca y bordean silenciosos callejones.
El perro mira el reloj, es su rutina.
Sin saber quien amordaza a quién, como esos matrimonios desgastados, setenta veces
siete y aún setecientas veces siete, un ladrido del hombre y un bostezo…
El perro levanta su pata por enésima vez.
Me despierta un ladrido lejano.
Me incorporo.
La cara empapada; abro los ojos, noto como una gota fría se desliza sobre el labio
superior, se desliza hacia la comisura de mis labios.
Enciendo la luz y miro al techo.
Estiro la mano y anoto en la agenda:
- Psicoterapia martes 11:15 horas.
- Llamar al casero: el tejado necesita reparación urgente, noche de perros.