Paseo matinal por el Gijón marítimo

Por Jmbigas @jmbigas
Tras parar en Rueda y visitar Toro, pasearse por Zamora al atardecer, realizar una excursión a los Arribes del Duero, visitar a mi buen amigo L. en su pueblín de León y entrar en Asturias por el Puerto de San Isidro, acabé llegando a Gijón al final de la tarde de ese viernes de finales de Agosto.

Puerto deportivo de Gijón, con sus embarcaderos
flotantes.
(JMBigas, Agosto 2011)

Gijón me recibió con una temperatura agradable, pero con un fuerte viento que convertía el atardecer en bastante desapacible. Había reservado habitación para dos noches (al día siguiente quería visitar el nuevo Centro Niemeyer de Avilés y la zona del Cabo de Peñas, que ya os contaré en otra ocasión), en el Hotel Gijón, en la calle Pedro Duro esquina con Marqués de San Esteban, a una manzana del puerto deportivo y de la Playa de Poniente. El hotel no tiene parking propio, y yo carecía de las instrucciones necesarias, por lo que tuve que parar, como pude, con las luces de emergencia encendidas, en la esquina frente al hotel. Allí me dijeron que tienen un acuerdo con el aparcamiento público de la Estación del Humedal (desde marzo pasado, ya inactiva, pues se ha habilitado una nueva estación provisional más al oeste,  junto al Museo del Ferrocarril, y casi frente a la Playa de Poniente). Me dieron una tarjeta magnética por la que podría entrar y salir del aparcamiento como si fuera residente. En el tiempo de descargar el equipaje y visitar de urgencia el servicio (tanto puerto de montaña resulta, sin duda, diurético), cuando volví al coche ya tenía un diligente agente de la autoridad a punto de empapelarme. Afortunadamente, medió el hombre de la recepción del hotel, y pude recorrer sin incidentes las dos manzanas hasta el aparcamiento, y terminar la fiesta en paz. Había partido de fútbol en televisión (creo que era la Supercopa de Europa), y lo estuve viendo un rato bebiendo una cañita en un bar junto al hotel. Como la noche no estaba para pasear, y yo había comido en casa de mi amigo L., en el pueblín de León, no tenía mucha hambre para cenar. Acabado el partido, me tomé unas croquetitas con un poco de verdejo en otro bar-restaurante de las proximidades, y me acosté prontito.

Palacio de Revillagigedo y estatua de Don Pelayo
(JMBigas, Agosto 2011)

De modo que el sábado, a las ocho de la mañana, estaba desayunando un café con leche y croissant (de 3/10, de los condenados a la plancha) y un zumo de naranja natural, en la cafetería del hotel. Por toda la zona se veía (todavía) bastante gente que estaba terminando la noche del viernes, chicas con vestidines de noche, chavales ciertamente desestabilizados, y así. Eso sí, compartiendo la calle con los corredores, ciclistas y paseantes matinales. Como quería ir hacia Avilés al mediodía, tenía dos o tres horas por delante, que dediqué a un largo paseo por toda la zona marítima de Gijón. A una manzana del hotel está el mar, y llegué a la calle Rodríguez de San Pedro, el paseo marítimo de la Playa de Poniente y el puerto deportivo. Bordeando el puerto se llega a la rinconada donde brilla la estatua dedicada a Don Pelayo, el héroe de la Reconquista, y el Palacio de Revillagigedo. Ese es el istmo que separa el puerto y la Playa de Poniente de la Playa de San Lorenzo o de Levante, y da acceso al caso antiguo de Gijón, Cimadevilla, ese burruño que se interna en el mar, ligeramente más elevado que el resto de la ciudad. Pero yo seguí bordeando el puerto, porque quería subir al Cerro de Santa Catalina, en el extremo de la península. Por esa zona hay algunas de las casas de comidas más recomendables de Gijón, como El Planeta, que al final no pude visitar.

Escultura "Nordeste", frente al mar.
(JMBigas, Agosto 2011)

Desde el borde del mar se empieza a subir por una cuesta de nombre tan sugerente como Tránsito de Ballenas. Hacia el otro lado, otra cuesta de nombre más popular, la Cuesta del Cholo. En el primer recodo de Tránsito de Ballenas, desde el que se tiene ya una buena vista del mar abierto, hay una curiosa escultura de acero cortén, llamada "Nordeste", instalada allí en 1994, y obra de Joaquín Vaquero Turcios, uno de los máximos exponentes del arte asturiano de la segunda mitad del siglo XX, fallecido en 2010. Por la zona todavía se veían algunos grupitos de jóvenes, debatiendo sobre dónde rematar la noche. Seguí la ascensión por la calle de la Subida al Cerro, hacia la zona verde con algunos restos de la antigua fortaleza de Santa Catalina y nuevas pistas deportivas, entre las que destaca una muy completa para los patinadores y skaters, a esa hora completamente desierta. Las vistas marítimas desde esa altura ya son muy remarcables, y el Sol de la mañana ayudaba a crear unos interesantes efectos de luz, especialmente sobre la hilera de casas multicolores de las calles Honesto Batalón y Boquete de los Peligros. Caminando hacia el extremo más al norte del cerro, se llega al enclave singular donde está la gran escultura de Eduardo Chillida, Elogio del Horizonte. La meteorología de esa mañana estaba un poco vacilante, al Sol le sucedían algunos negros nubarrones sobre el mar, que creaban sobre la gigantesca estructura unos efectos ciertamente dramáticos.

Elogio del Horizonte, escultura de Eduardo Chillida
(JMBigas, Agosto 2011)

Por el cerro de Santa Catalina hay diversos recursos para el entretenimiento del personal, como un Auditorio al aire libre o unos juegos infantiles en el interior de un presunto galeón. Yo iba siguiendo a un fotógrafo de apariencia profesional, armado con una cámara seria (no como la mía, de bolsillo), que también le sacaba placer a retratar esos parajes solitarios a esa hora temprana del sábado. Empecé el descenso por el otro lado de la península, por la Avenida de La Salle hacia la Playa de San Lorenzo. Hay algunos edificios muy singulares en esa ladera, donde están, además, las instalaciones del Real Club Asturiano de Regatas. Abajo, ya junto a la Playa de San Lorenzo, la conocida estampa de la Iglesia de San Pedro. Se cruza por esa zona el Campo Valdés, donde estaban las antiguas termas romanas. Mirando mapas a la vuelta a casa, descubrí que pasé a veinte pasos de la Plaza Mayor sin visitarla. Afortunado que soy, porque así tengo ya un buen motivo para volver a Gijón.

Playa de San Lorenzo, Gijón
(JMBigas, Agosto 2011)

Seguí bordeando la Playa de San Lorenzo, a esa hora en marea muy baja, pero con una mar algo más que rizada. Había bastante gente por la arena mojada, algunos incluso entre las rocas, tratando de localizar algún tesoro. Más adelante había grupos más numerosos, jugando un partidito de pachanga de fútbol playa. El frente marítimo de la Playa de San Lorenzo es muy característico de Gijón, con algunos edificios muy singulares, como la antigua Pescadería Municipal (ahora sé que dando paso a la Plaza Mayor). Recorrí un buen tramo del paseo marítimo (que cambia de nombre desde Paseo del Muro de San Lorenzo, a calle Ezcurdia). Tanto subir y bajar me había provocado un poco de hambre, y me tentó una de las muchas confiterías que se ven por Gijón, la Biarritz. Allí escogí una bomba nutritiva, consistente en una especie de napolitana recubierta de almendra y rellena de una mezcla de nuez y almendra, para acompañar un segundo café con leche. Resultó deliciosa, pero, efectivamente, altamente calórica. Decidí volver hacia la zona del hotel cortando por el istmo. Me metí por la calle Jovellanos (donde está la Iglesiona con su Santón en lo alto: la Basílica menor del Sagrado Corazón). Crucé la calle Corrida (famosa en la noche gijonesa), hacia la Plaza del Carmen y de vuelta al hotel, pasadas ya las once de la mañana.

Iglesia de San Pedro, junto a la Playa de San Lorenzo
(JMBigas, Agosto 2011)

Por la tarde, tras regresar de mi periplo por Avilés y el Faro de Peñas, tuve ocasión de hacer un breve paseo por la Playa de Poniente, donde me senté en una de las terrazas para tomar una copa frente al mar. Como la comida en Avilés había sido muy abundante, decidí cenar un tentempié en uno de los locales de la Pizzería La Competencia, que forma parte de una cadena leonesa con implantación en León y Asturias, y que estaba cerca de mi hotel.  Por algún motivo que desconozco, tras una comida de pescado o marisco, el cuerpo parece pedirme hidratos de carbono. Cené una pizza correcta, acompañada de un Prieto Picudo rosado, en honor a mi amigo leonés. De todas formas, el local es curioso, porque desde fuera parece un bar de tapas, raciones, cerveza, vino y sidra, con una multitud comiendo y bebiendo dentro y fuera. Sólo abriéndose paso a codazos se llega a la zona de mesas de la pizzería propiamente dicha. Tenéis acceso a una galería fotográfica de 71 instantáneas, que ilustran mis paseos por Gijón, que os he descrito. Basta con pinchar en el contraluz del Elogio del Horizonte.

Paseo matinal por el Gijón marítimo


A la mañana siguiente, salí de Gijón en dirección al Puerto de Somiedo y Ponferrada. Pero esa ya es otra historia. JMBA