Paseo Natural

Publicado el 04 diciembre 2014 por Siguelashuellas

Paseo Natural

¡Anda, qué bien está esto! Es lo primero que se te viene a la cabeza, y lo segundo, que no estás en Badajoz, y no porque aquí no tengamos cosas requetebonitas, que haberlas haylas. La cuestión viene porque han adecentado el camino, y porque donde antes había escombreras ahora predominan matojos propios del campo, de los que denominamos malas hierbas que, no sé si lo serán pero, lucen más y mucho mejor que los escombros porque a fin de cuentas, buenos o malos los hierbajos de un camino están en su hábitat y los escombros y un largísimo etc, etc pues, no.
La idea era sacar la cámara de paseo. Buena temperatura, nublado de postal y un puente que todavía no conocíamos así que, nos calzamos unas zapatillas y vamos que nos vamos. Conozco, conocemos el Rincón de Caya al dedillo. Seguramente como medio Badajoz, y seguramente como el otro medio habré repartido muchos y buenos ratos de mi tiempo mirando cómo algún pariente aficionado a la pesca se apertrechaba en sus orillas con las últimas novedades en esos aparejos deportivos, y como tanta gente, me habré colocado las manos en los riñones vagando distraídamente la vista por las aguas del Guadiana mientras los jugos gástricos se impacientaban con el aroma que desprende un buen cacho de pestorejo asándose lentamente en tanto, por más que se intente, resulta casi imposible evitar que pelo y chándal dominguero humeen a la par que la carnaca que en breve nos vamos a meter entre pecho y espalda. Y todo esto, butacas, mesa campestre, asadura y pesca pues… a las mismísimas puertas de casa.
A escasos kilómetros, mijina más allá del Puente Real. Un paseo recorrido mil veces en coche, en bici o andando… ¡está tan cerca!, por eso resultaba extraño volver por la zona con la perspectiva de ir a conocer algo nuevo. Un sencillo puente que une la márgenes del río pero, que al final es más que eso porque, el invento, la tontería, es el modo de poder alargar los entrenamientos de los locos de zapatillas y pies para qué os quiero que no ven el final de parar y dar la vuelta, y ciclistas de largo recorrido y de los que solo pretenden echarse un ratito en plan Verano Azul, y pescadores cambiándose con los bártulos a los pesquiles del otro lado porque en el que se encuentran, los jodidos peces no pican.
Pues eso, que la primera sorpresa, incluso antes de llegar, fue la sensación de un paisaje diferente, más bonito, y eso a pesar de la familiaridad de estos campos nuestros tan visto que a veces, injustamente, ya no le echamos ni cuentas. El camino estaba limpio, maqueado. No hacía falta ser un lince para ver que los baches habían desaparecido, y que los vados ahora lucían una robusta pátina de cemento para que las lluvias no se llevasen el trabajo bien hecho y, montones de ciclistas en grupo, y muchos solitarios, y corredores con pinta atlética entrenándose sin darle tregua al cansancio, y despistados sin ganas de compañía, y pesquiles con pescadores y, el puente, sencillo, sin artificios pero práctico y con atractivas vistas. Vamos, que no faltaba detalle.
Amplitud, aire limpio, árboles, río y deportistas en plan americano entrenando a las afueras de sus inmensas urbes aunque, los nuestros, los de aquí, aderezados por postales más de andar por casa: vacas pastando por los alrededores aportando con sus cencerros una banda sonora mucho más cercana que las de las pelis yanquis. Y el puente de fondo, y por sus dimensiones, no apto para coches (que más de uno vimos cómo tenía que recular) porque, a nosotros nos tienen que dar todo mascado y si se les hubiese ocurrido hacerlo más ancho doy por seguro que peatones y vehículos estaríamos en una constante lucha por ver quien tenía más derechos.
Si me hubiese largado a casa en ese momento habría dicho que qué maravilla, que qué bien lucía todo, que sencillamente no había donde colocar un pero, pero…se nos ocurrió acercarnos hasta el punto y final, el verdadero y auténtico Rincón de Cayas y, coño…basura. No mucha, es verdad, pero desentonaba tanto que dolía. Además, me pareció tan fácil quitarla y liberar el espacio de ella que me hizo pensar que no tenemos remedio, ni los de un lado ni los del otro, ni los que arreglan ni los que disfrutamos de esos arreglos, ni porque nos emperifollen paseos, ni porque los conviertan en nuestro particular Central Park, este nuestro desde luego un poco menos céntrico pero seguro que con menos artificios porque nosotros tenemos hasta vaquitas pastando, con vaquero de vara en mano incluido en el paquete.
La zona final, donde estaba la basura, donde hay hasta bancos y mesas de madera como complemento práctico, intenté leer un rato mientras el ojo crítico de Manuel se dedicaba a hacer fotos mascullando cómo somos por estas tierras, que nos quejamos de que no hacen y cuando lo hacen nos falta tiempo para arrasar lo hecho, temiendo lo peor con ese paseo bajo los puentes de la ciudad que nos están construyendo, preparando y rematando desde hace ni se sabe cuánto porque ya hemos perdido la cuenta (por Dios, que pongan vigilancia cuando lo inauguren porque si no va a ser un visto y no visto…un nuevo paseo convertido en viejo en cuestión de días…que ya nos conocemos).
Leer con inmundicia a los pies de un árbol pues, luce poco, porque aunque te coloques de espaldas e ignores las moscas que revolotean alrededor, y levantes la vista del libro mirando el Guadiana remansar tranquilo ante tus ojos con ese color chocolate tan característico suyo, no se puede evitar miraditas de soslayo dirigidas a las mierdas que envilecen un espacio tan de domingo de poco gastar. Y eso por no hablar del pestazo y…todo lo que conlleva, como no sentirte plenamente cómoda en un paisaje concebido para estarlo.
En el azud han colocado hasta casetas de madera para la observación de aves, mimetizadas en el paisaje, y hasta había gente con prismáticos observándolas, y nos han preparado, allanado y embellecido un espacio para pasear sin gastar las perras que en estos tiempos no sobran, y me temo lo peor, que el efecto de esos dineros invertidos nos dure un suspiro. No sería la primera vez, tenemos la prueba en los primeros paseos que se hicieron, los que conducen al azud hoy tan recuperado, convertidos en basureros improvisados, bancos rotos, fuentes sin agua, farolas sin alumbrado, asfalto levantado y condones sin recoger desde la época de Maricastaña.
Dejadez, carísima dejadez porque al final hay que volver a invertir y volver a gastar en lo mismo una y otra vez, que es lo que están haciendo ahora. Un interminable bucle que en Badajoz es mucho más interminable que en otras ciudades más prácticas que la nuestra, menos confiadas, y que seguramente sería evitable con una mediana vigilancia y un mantenimiento sin deslomes, una vez por semana, por ejemplo. La verdad…por más que lo pienso, no lo veo tan difícil.
  • María Penís