Hoy, al regresar de la oficina y después de varias tardes consecutivas de idas y venidas por la acera, se ha armado de valor y ha penetrado como si tal cosa en el vestíbulo de la otra escalera. Después de despistar a la portera diciéndole que acudía a la visita del dentista del entresuelo, se ha dedicado a escudriñar uno a uno los rótulos de los buzones, hasta que por fin ha averiguado su nombre, así como su profesión: “Irina Ivanovna, profesora de ruso”. Tras una breve vacilación, ha introducido en el cajetín una nota que llevaba plegada en el bolsillo, con el siguiente texto manuscrito: “Jamás te vi y en cambio te conozco, no te conozco y en cambio te amo”, un fragmento de un cuento de Hermann Hesse que grabó hace años en su memoria y cuyo título no recuerda, como también ha olvidado la triste suerte que corrió su protagonista.
Temiendo ser descubierto por algún vecino, se ha dirigido a grandes zancadas hacia la calle, despidiéndose apresuradamente de la portera, quien le ha seguido extrañada con la mirada. En el preciso instante en que se disponía a salir, la puerta vidriera se ha abierto y ante él ha aparecido una anciana pequeñita, tocada con un sombrero de astracán, de rostro agradable y ademán refinado, quien le ha saludado con una leve inclinación de cabeza y, con un tono de voz que le ha resultado familiar, le ha deseado amablemente las buenas tardes.Texto: Joaquín Valls ArnauMás Historias de portería aquí.