Ante todo voy a protestar una vez más contra la inopia, pereza, analfabetismo, vagancia y desinterés por nuestra lengua común que demuestran una vez y otra más los distribuidores de cine acusando firmemente al imbécil que decidió mantener como apropiada la expresión inglesa "cold war" como si fuese una aceptable traducción del original polaco Zimna Wojna cuando en nuestro castellano disponemos de Guerra Fría que precisamente se ha usado en miles de ocasiones para designar un período muy concreto de la reciente historia mundial. Ya está bien de intentar meternos a la fuerza vocablos anglosajones como si no tuviésemos los propios para definir los mismos conceptos. Acémilas son y burros nos quieren.
Vamos a entrar en materia disponiendo cuatro nombres de varones nacidos en Polonia en diferentes años, de más antiguo a más joven: Frédéric Chopin, Arthur Rubinstein, Pawel Pawlikowski y Tomasz Kot.
Wiktor (Tomasz Kot) es un pianista que con Irena (Agata Kulesza) viaja por pueblos y aldeas de la Polonia empobrecida después de padecer la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de rescatar, archivar, documentar y luego revivir el folclore polonés, en una organización bajo los auspicios, dirección y férreo control de los "camaradas" del partido comunista. Entre la selección de pretendientes a formar parte del grupo folclórico Wiktor descubrirá a Zula (Joanna Kulig) y el amor pronto surgirá entre ambos con una fuerza volcánica, una verdadera pasión.
El problema surgirá cuando Wiktor, que no admite las injerencias del aparato político en la cultura musical y desconfiando del funcionario Kaczmarek (enamoriscado perseguidor insistente de Zula), decide cruzar la frontera que separa la Europa Oriental de la Europa Occidental y Zula decide súbitamente no acompañarle, por un temor inexplicado, pues no tiene familia alguna.
Wiktor acabará instalado en Paris como músico de jazz mientras Zula se convierte en la estrella de la compañía folclórica del gobierno polaco, lo que le permitirá viajar y encontrarse con Wiktor. El amor entre ambos subsiste, fuerte, apasionado, intenso, tanto como su diferente forma de entender la vida.
La historia escrita por Pawlikowski es una ola tempestuosa formada de altibajos sin que los detalles que originen esos vaivenes nos sean facilitados con la debida claridad y hay que imaginarlos: probablemente ésa haya sido la intención del guionista y director y da la impresión de que se ha quedado algo corto, bien porque como guionista no acaba de desarrollar una trama dotada de un inicio interesante que luego no se desarrolla causando una merma en el conjunto a partir del último tercio en una película de muy escasos ochenta minutos de metraje que destina gran parte a mostrarnos diferentes encuentros de la pareja protagonista y su consiguiente ruptura por alejamiento físico hasta la unión final.
Pawlikowski, como todos sabemos, obtuvo gran reconocimiento por su anterior película, IDA, y naturalmente atendido que hay una corriente de opinión que pretende situar el llamado "formato clásico" 4:3 en una especie de altar, cuando para mí debería estar en un catafalco, casi que se vió compelido a seguir con el mismo formato, máxime cuando contaba con el mismo camarógrafo, Lukasz Zal que en esta ocasión se olvida del triste gris de IDA para trabajar a fondo los contrastes que un buen blanco y negro debe tener. Todo conseguido de forma digital, claro: maestros del celuloide ya no hay. No todo lo antiguo es mejor. Como tampoco el uso del blanco y negro significa nada en particular más allá de una opción que en ocasiones -como el propio Pawlikowski ha confesado- evita los disgustos por no disponer de una paleta de colores que resulten aceptables para el artista.
Poco más: un guión que no es redondo, un amor apasionado que ya se ha filmado otras veces en melodramas románticos clásicos y un uso de un formalismo que se entiende como clásico porque en la época del llamado cine clásico era el más frecuente en parte por razones económicas, así como el B/N que ahora se consigue a base de dígitos: cualquier día nos aparece una versión en color de la película, como sucedió en el caso de la película de los Coen que en TVE exhibieron en color y en su dvd coexisten ambos formatos.
Ese amor apasionado lo apreciamos en el contradictorio personaje de Zula gracias al trabajo de Joanna Kulig que como ya sabíamos por IDA canta con vibrante voz baladas de jazz y lo que le pongan así como nos hace sentir su locura romántica, sus insensatas decisiones y su forma de entender el mundo en que ha nacido, sufriendo una dicotomía entre lo que ama y lo que debería amar por sus hechos, un personaje carismático que Pawlikowski no ha pulido como se merece porque en ella reside la tragedia y el autor nos obliga a interpretarla con escasos hilos argumentales. A su lado, el apuesto Tomasz Kot resulta demasiado impávido y únicamente las decisiones que adoptará su personaje producen interés y ayudan a avanzar la trama.
Pawlikowski una vez más muestra su preferencia por la música de jazz clásico y a pesar de comprender que precisamente esa música pertenece a los tres lustros que albergan la historia, con sus saltos temporales elípticos, puntuando de alguna forma cada época en particular mucho más que la apariencia de los protagonistas por los que al parecer no pasa el tiempo, a uno, recién vista la película, le vino a la memoria la famosa composición del polaco Frédéric Chopin titulada Polonesa nº6 Op. 53 "Heroica" que ha sonado muchas veces en la interpretación del también polaco Arthur Rubinstein y me parece que se ajusta muchísimo al apasionamiento polonés que hemos sentido más que entendido.
En definitiva, una película interesante (para mí, mucho mejor que la precedente) sin alcanzar la categoría de "obra maestra" que rápidamente ha surgido en críticas y comentarios, pero desde luego imperdible para cualquier cinéfilo que se precie. Ir rápido, porque está desapareciendo de las pantallas, y está ya casi en sesiones especiales. Lo del B/N asusta al ciudadano y cinéfilos no hay tantos.
p.d.: Vean y oigan la pasión polaca de un músico con 89 años a cuestas: