Paso que piso

Publicado el 09 julio 2010 por ArÍstides



LA INTENCIÓN HACE EL CRIMEN

El sol saldrá a las 18,01h. y se pondrá a las 18,08h.

Poco a poco se va sustituyendo aquella vieja cantina del trago largo, en la que con el vaso de vino se disfrutaba del rato en compañía de los amigos; tal y como lo hicieron siglos atrás con esta bebida vulgar los arrieros del camino y los filósofos griegos. Y lo va haciendo por el correr en artefactos mecánicos que llenan de adrenalina a sus conductores y que como dueños del asfalto asustan a peatones y al mismísimo sentido común.

Uno no comprende bien a qué viene tanto correr de un sitio a otro, con un combinado en la mano, para ahorrar un tiempo que luego no se sabe en qué se va a gastar. Se trata de personas que sienten la necesidad de huir cada vez más velozmente para llenar un vacío interior o para aplacar con la ayuda de la bebida su cansancio o tristeza. De esta forma, este tipo de pasiones, con frecuencia absurdas y con unos intereses funestos, van configurando un modelo social del triunfo rápido, aunque para ello haya que convertir la existencia en algo penoso y peligroso.

Cueste lo que cueste, se siente pasión por el motor metálico, que con la explosión de la combustión, satisface el frenesí de la velocidad y pone los nervios así como la sangre a tono. Quienes así actúan saben que producen miedo y que su prepotencia asusta, mientras meten ruidos y sienten gusto por poner en peligro su vida y la de terceros. Corren aturdidos para decir que no son felices y que huyen porque no están contentos del lugar en el que se encuentran. Y lo hacen deprisa; tratando de economizar un tiempo que quizás tengan que abonar en un hospital o en un buen funeral.

Vivimos juntos demasiados “hombres prácticos” que nos ponemos en manos de los mismos artefactos mecánicos para embotellar ciudades, y en un acto de demencia colectiva, seguir abriendo caminos que se saturan con más prisas y la agitación por no llegar tarde. Mientras tanto, los antiguos cafés o las viejas tascas en las que se disfrutaba del tiempo con conversaciones tranquilas van desapareciendo para dar paso a locales en los que éste es consumido bebiendo brevajes al ritmo trepidante de la velocidad.