Pasos

Publicado el 13 octubre 2016 por Alvaropons

Que la ansiada “normalización” ya es un concepto superado y asimilado tiene una de sus muchas pruebas definitivas en la noticia comiquera de la semana: la compra de dibbuks por parte de Malpaso Ediciones. Los tebeos son ya parte de las páginas naranjas de la prensa, se ha superado la frontera máxima… ¡El tebeo ha entrado en el IBEX! Me temo que me dejo llevar por la emoción. No, no se ha entrado en bolsa, es evidente, pero sí en los procesos empresariales estos que gustan tanto de fusiones, adquisiciones y compras. Transacciones de este tipo son habituales en el mundo editorial, que tiende como otros sectores a la concentración para “competir en los mercados globales”, según se suele argumentar, y aunque en el mundillo del tebeo se habían dado movimientos desde hace unos años (la rumorología ha estado hablando de adquisiciones, ventas y fusiones durante los últimos diez años, implicando a casi todas las editoriales españolas de tebeos, grandes, medianas y pequeñas), la realidad es que la primera operación efectiva la hemos visto esta semana: el 70% de dibbuks, la editorial de Ricardo Esteban, ha sido comprado Malpaso Ediciones. Una editorial joven, con apenas tres años en el mercado, pero que está revolucionando el mercado editorial con sus acuerdos con la mexicana Jus o las compras de editoriales españoles como Lince o ahora dibbuks. Hasta ahí, todo normal o una singularidad, según se mire. Desde el campo editorial del libro, una noticia más, pero desde los tebeos, una bomba informativa que, quizás, no lo debería ser tanto. Porque la realidad es que la industria del tebeo en España está protagonizando un giro radical en los últimos años: de ser una industria editorial profundamente endogámica, con editoriales que solo publicaban tebeos, librerías que solo vendían tebeos, distribuidoras que solo trabajaban con tebeos y lectores que solo leían tebeos, a formar parte del entramado de la industria del libro. El tebeo en España era la industria Juan Palomo por antonomasia: yo me lo guiso y yo me lo como. Sin embargo, la incorporación de la novela gráfica a las costumbres de los lectores ha supuesto una pequeña revolución industrial que ha subvertido el estatus establecido. Pongan ustedes el orden de los factores como quieran, la cosa no cambiará mucho: modificación en las tendencias de lectura que dejan de lado la publicación periódica por el formato libro, avances tecnológicos que favorecen tiradas pequeñas, cambios en los sistemas de distribución que eliminan la necesidad de grandes tiradas, salto de las temáticas adultas de las revistas a los libros, nuevas posibilidades creativas para los autores, atracción de nuevos lectores hacia esas propuestas novedosas, superación de la etiqueta infantil, blockbusters cinematográficos basados en cómic, premio nacional, generalización de la presencia del tebeo en los medios, irrupción en las grandes superficies, creación de líneas de novela gráfica en editoriales generalistas, introducción del tebeo en la librería generalista…  Unos cambios que se han dado en muy poco tiempo, todo sea dicho, y que han cambiado radicalmente el aspecto de la industria del tebeo en este país: de esa industria endogámica se ha pasado a formar parte de la industria del libro, mimetizando y asimilando sus ventajas y, por supuesto, sus inconvenientes. Es indudable es que ha aumentado muchísimo el número de novedades, que se ha trasladado el lugar preferente de venta y que se ha transformado el perfil del lector tradicional, aunque es más difícil saber si la cifra de negocio, el quid de la cuestión, ha cambiado realmente. Es probable que haya aumentado, pero no creo que de una forma sustancial y tan espectacular como el resto de cambios. Y en ese tránsito hacia la industria del libro, el tebeo ha dejado de tener sus problemas particulares – recordemos los mantras: ¡El tebeo está en crisis!¡Los tebeos no son para niños!¡Ya no hay tebeos en los quioscos!, etc – para incorporarse al lamento común del mundo editorial español: en este sacrosanto país nuestro no se lee ni por equivocación y los libros se venden poco o nada.

Resumiendo: que deberíamos ver la adquisición de dibbuks como algo normal. Sin embargo, lo que es evidente es que la irrupción generalizada en el mundo del tebeo tanto de las grandes editoriales (Planeta –olvidemos su pasado, hoy Planeta Cómic es solo una sección más del conglomerado-, Salamandra, Random House, Anagrama, Alianza, Martínez Roca, etc..), como de las pequeñas editoriales (Impedimenta, Zorro Rojo, Reino de Cordelia, El Nadir, Nórdica, Sexto Piso, etc…), está cambiando las reglas del juego. Las editoriales de cómic de toda la vida están viendo cómo las negociaciones de derechos internacionales se han convertido en agresivas subastas donde las pujas comienzan a marear. Los derechos que antes se contrataban por cifras que podían oscilar entre los 1000 y 2000€ empiezan a subir como la espuma y, ante la competencia, no es raro ya ver números que duplican o triplican lo que era habitual. Por no hablar de la rumorología que coloca los derechos de algunos famosos best-sellers en Francia o USA en cantidades mareantes. De nuevo, nada raro: la tradicional lucha por los derechos del mundo del libro ha llegado al mundo del tebeo. ¿Justifican las cifras de ventas en España justifican cantidades? Pues ni idea. Es cierto que no las sabemos, pero de nuevo el vox pópuli habla de excelentes ventas del manga (que está volviendo a ser uno de los pulmones de la industria editorial, solo hace falta ver cómo editoriales como Norma o ECC están incorporando el cómic japonés a sus catálogos) y muy buenas ventas de un selecto grupo de autores españoles (liderado como es lógico por Francisco Ibáñez y Paco Roca, seguidos de nombres como Ana Oncina, Juanjo Sáez, Moderna de Pueblo o David Rubín), que puede competir de tú a tú con sus colegas literarios. Pero no se habla mucho de las ventas de autores franceses o americanos (que no sean superhéroes, obviously).
Datos que tampoco es que tengan ya demasiada importancia: el tejido editorial del tebeo está cambiando tan rápido que es difícil hacer predicciones o evaluar impactos. Porque si bien es cierto que la entrada de grandes editoriales está produciendo lo que comentaba respecto a los derechos, también, por otra parte, no es menos cierto que ahora ya no se puede hablar de una industria clara del tebeo. Las editoriales que antes solo publicaban cómic, ahora ofertan también libros (el caso de Dolmen es paradigmático, que es más ya una editorial literaria que de tebeos a la vista de sus novedades, pero también nos encontramos casos como los de Diábolo o Fulgencio Pimentel, que incorporan el libro a sus catálogos con naturalidad). El propio concepto de “editorial” se tambalea ante la pléyade de microeditoriales que están apareciendo con ofertas tan atractivas como las presentadas por Fosfatina, Ediciones Valiente, DeHavilland o Apa-Apa, que se suman a la autoedición en un movimiento que gana personalidad hasta encontrar sus propias vías de gestión y distribución en festivales como Gutter, Graf o Tenderete. E incluso la propia labor de la editorial va mutando, con concepciones que van más allá de la producción e impresión para atender a conceptos más globales como la venta de derechos en el extranjero (con el ejemplo claro de Astiberri, que se ha convertido en la mayor promotora de autores españoles fuera de nuestras fronteras).

Y todo esto… ¿es bueno o es malo? Pues ni idea, oigan. Es diferente, simplemente. Porque la sociedad evoluciona y cambia. E igual que antes hacíamos fotos con carretes de 36 fotos cuidando cada pose e iluminación porque luego nos clavaban una pasta en el revelado, ahora a la que nos descuidamos hemos hecho 247 fotos de nuestro hijo mientras se saca un moco con gracia. Lo mismo para los tebeos: antes leíamos tebeos de una forma y, ahora, los leemos de otra. Y mañana los leeremos de otra, que nadie se preocupe.
Quizás ahora la única duda es qué pasará con dibbuks. De momento, que continúen Ricardo Esteban y Marion Duc garantiza la línea de la editorial, que es lo importante, aunque no se puede evitar pensar en que, con un 70%, más tarde o más temprano la ahora casa madre quiera influir en las decisiones editoriales. Quién sabe.
Pero eso será otra historia.